Trinidad Gilbert, compañera de mesa del mejor suplemento del mundo (el Comemos), hacía un escrito imprescindible y muy comívolo sobre "el último pescador joven de Portlligat". Nuestra gastroperiodista nos enlazaba con frases como: "Hoy en la barcaLa Felicidadde Portlligat suben como cada día Samu e Isca, yerno y suegro. «Este verano pescamos escórpora, langosta, mero, muelles, rojeros, cántaras», comentan ambos".
Enseguida, leyéndola, he pensado en una cuestión que os he servido otras veces. Los pescadores, como es natural, hacen un trabajo que se valora, que consideramos duro e necesaria, mal pagada. ¿Por qué razón un trabajo equiparable a la suya, como es el de cazador, está en cambio tan mal considerado? me dirá que los corzos (es decir, los “bambis”) son como peluches y, en cambio, los rapes son mucho más feos. un pop la cosa cambia. Y que, además, salvar a los inteligentes y comerse los tojos sería discriminatorio. en la gloriosa temporada de otoño.
