Kylian Mbappé durante un entrenamiento de esta semana con la selección francesa de preparación para la Eurocopa.
17/06/2024
2 min

Vivimos en una época en la que admito que lo primero que hice cuando vi a Mbappé hablando de política fue comprobar que no fuera un montaje hecho con inteligencia artificial. No eran las declaraciones habituales de un crack mundial del fútbol, ​​ni por la voluntad explícita de tomar partido, ni por la esmerada elección de las palabras, a propósito de conceptos que uno imagina que no deben formar parte de su día en día. Este “ante todo somos ciudadanos, y pienso que no podemos desconectarnos del mundo que nos rodea, y menos cuando afecta a nuestro país”, pone el listón declarativo muy alto a partir de ahora, para él y para todos los futbolistas influenciadores del mundo, que suelen no mojarse, porque quien se moja pierde contactos y contratos.

A Mbappé se le entendió todo: jóvenes, sobre todo los que no pensabais ir a votar, vaya a votar para que no gane la extrema derecha de Marine Le Pen. También dijo estar en contra de los extremos y de las ideas que dividen.

A ver, las ideas políticas dividen, sobre todo a la hora de ir a votar, pero la gracia y el valor de la democracia es, precisamente, que el sistema político gestiona la división con la alternancia en el poder y con respeto por las minorías. Si acaso, el problema son las ideologías en las que lo contrario (y una parte de la población) es el enemigo, un traidor, un muñeco al que se puede deshumanizar y con quien no hay ninguna base común a compartir. La gran mutación de las democracias liberales es ésta: el adversario es ahora el enemigo, y se pueden llamar todos los ahorcamientos porque las redes los reproducen, excitan el voto y el sistema lo aguanta todo. Hasta el día que no lo aguante.

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