Medidas para evitar un choque energético

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Instalaciones del gasoducto Iamal-Europa en Bielorrusia, en una imagen de archivo.

BarcelonaLos precios del petróleo, el gas y la electricidad continúan su escalada a raíz de la invasión rusa de Ucrania, un conflicto que tiene una derivada energética muy clara y una inquietante capacidad de provocar un frenazo brusco de la economía mundial cuando apenas se recuperaba de la pandemia. Es cierto que a primera hora de la mañana las previsiones eran mucho peores y a lo largo de la jornada las subidas se fueron moderando, pero todo apunta a que en los próximos días continuará la misma dinámica y, por tanto, habrá que tomar medidas urgentes. Un solo dato sirve para ilustrar la gravedad de la situación: el precio mayorista de la luz, que se mide en megavatio hora, es hoy en España exactamente diez veces superior a hace un año, 545 euros. El precio del gas también acumula subidas importantes, así como el petróleo, por lo que el coste de moverse o calentarse será cada vez mayor.

Justamente el gas es la principal arma de Vladímir Putin, que sabe que la mayoría de países europeos del este y Alemania, sobre todo, son dependientes y no pueden prescindir de un día para otro. La paradoja es que mientras los europeos están enviando armas a los ucranianos para que se defiendan de la invasión, a la vez están pagando a Putin una factura diaria de 800 millones de dólares. Renunciar al gas y al petróleo rusos de un día para otro podría provocar el colapso de la economía europea, y eso es lo que explica que hayan quedado fuera de las sanciones. Sin embargo, los mercados están anticipando este escenario, o al menos el de una reducción brusca de la oferta, lo que está impulsando los precios al alza. Ante esta situación, los gobiernos europeos deben tomar medidas urgentes para evitar que todo lo avanzado en los últimos años se vaya al traste por culpa de la guerra.

Por suerte, los gobiernos tienen margen para evitar que la subida de precios se traslade de forma automática a la factura que pagan los consumidores. Una parte muy importante del precio que pagamos son impuestos que gravan el uso de la energía, lo que hace que, al menos de forma temporal, sea imprescindible aprobar una congelación o incluso bajada de estos impuestos, al igual que ya se ha hecho con la luz. El Estado afronta ahora un dilema similar al de la pandemia: siempre será mejor renunciar a unos ingresos fiscales de forma puntual que dejar perder empresas de forma definitiva. El principal escudo para protegernos de los efectos de la guerra y del chantaje de Putin debe ser evitar que esa escalada colapse la economía. Europa ya está abriendo la puerta a una medida que el gobierno español lleva tiempo pidiendo, que es desvincular el precio del gas del precio de la electricidad.

A la larga, eso sí, habrá que evitar la dependencia energética de Rusia. Alemania ya ha dado un paso con la paralización del proyecto Nord Stream 2, el gasoducto que debía llevar gas ruso a través del mar Báltico sin pasar por Ucrania, pero habrá que hacer más. Principalmente, habrá que acelerar la transición energética hacia otras fuentes limpias, como el hidrógeno, así como buscar alternativas al gas y petróleo rusos, sin embargo, de momento, lo urgente es evitar el estrangulamiento económico.

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