En pocos días de diferencia hemos tenido noticias de tres personas que hace casi 45 años fueron protagonistas del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. terminal"; Juan Carlos I, entonces jefe de estado, que ha publicado sus memorias en una editorial francesa, y Anna Balletbò, que ese 23-F era diputada socialista por Barcelona y falleció el pasado 24 de octubre a los 81 años.
Postrado en cama, Tejero no podrá conmemorar cómo él quisiera el 50 aniversario de la muerte de su admirado Franco. El exmilitar pasará a la historia del último cuarto de siglo de España como uno de los malvados de la Transición, el Joker que quiso acabar con la recién nacida democracia en la piel de toro. Sin embargo, este jefe de la Guardia Civil malagueño, chuleta, impulsivo, se convirtió, sin quererlo, en uno de los grandes obstáculos que impidieron que la rebelión exitosa. En el 23-F confluyeron varios golpes de estado: convergían tácticamente –sus jefes se conocían desde hacía tiempo–, pero divergían en sus estrategias.
Tejero y el general Jaime Milans del Bosch pretendían un golpe "duro" que desembocara en un gobierno integrado mayoritariamente por militares y tecnócratas del antiguo régimen franquista. Su modelo eran las dictaduras chilena y argentina de los años setenta y ochenta.
El general Alfonso Armada, por el contrario, se prestó a convertirse en presidente de un gobierno de "salvación nacional", apoyado e integrado por políticos de distintas tendencias ideológicas: en su lista de candidatos a ministros figuraban personalidades de los partidos socialista y comunista. Y algunas semanas antes del golpe, ciertos políticos conocían –y en algún caso incluso abonaban– las ambiciones de Armada, que quería imitar al general De Gaulle y acabar con la grave crisis política y social que azotaba en aquellos momentos a España. Debía ser una involución consensuada con la gran mayoría de los diputados.
Unas ambiciones, las de Armada, que conocía a Juan Carlos I desde hacía tiempo. No se ha podido demostrar que el entonces monarca las bendijera de forma explícita, pero tampoco que las rechazara, y menos aún que las denunciara. Eran unas pretensiones que incluso podría conocer al viejo Josep Tarradellas, que hablaba desde su retiro de la inminencia de un "golpe de timón".
El relato hegemónico de la Transición prescribe que el rey detuvo la rebelión y defendió a la democracia "desde el primer momento". Y que quienes han querido envolverle en los intentos golpistas fueron sólo nostálgicos del franquismo obsesionados en desacreditar a los Borbones.
En los avances editoriales de las memorias de Juan Carlos que se han difundido en los últimos días, la exmonarca dice que Armada fue "un traidor" y que Adolfo Suárez ya le había recomendado que desconfiara de él pero que no le había hecho caso porque "amaba mucho" al general. Armada, descendiente de aristócratas monárquicos hasta el tuétano, conservador de piedra picada, ahijado de la madre de Alfonso XIII, fue el tutor de Juan Carlos y factótum de la Casa Real hasta que fue sustituido en la Zarzuela por Sabino Fernández Campo.
Según subraya el relato de la Transición, Fernández Campo fue clave en la desactivación del 23-F. Decíamos que, según el emérito, Armada le traicionó aquellos días de 1981. Pero unas grabaciones robadas por la vedete Barbara Rey a Juan Carlos y difundidas hace un año indican justamente todo lo contrario: Fernández Campo es el traidor y Armada un personaje que guarda un silencio admirable. En estas conversaciones, le confía Juan Carlos a su amante: "Paraula de honor: me río, cariño, deAlfonso Armada. Éste ha pasado siete años en la presó, se ha ido a su pazo de Galicia y el tío nunca ha dicho una palabra. ¡Jamás! En cambio, este otro –dice refiriéndose a Fernández Campo– está largando…". ¿No ha dicho ni una sola palabra de qué? ¿Qué secretos callaba Armada y qué silencios le agradece Juan Carlos?
A raíz del fallecimiento de la empresaria, periodista y cofundadora del PSC Anna Balletbò, quien fue primer secretario de los socialistas catalanes, Raimon Obiols, recordó en un obituario que, cuando ella pudo salir del Congreso alegando que estaba embarazada de gemelos, pudo hablar por teléfono con un rey dubitativo. En su libro de recuerdos, Balletbò escribió: "Él había terminado de preguntar, pero yo tenía alguna pregunta: «Señor, ¿qué piensa hacer? Dentro del Congreso hay 400 rehenes…». «El Rey está al servicio de los más altos intereses de España», dijo. Yo no estaba acostumbrada al lenguaje majestático. Vengo de las culturas al majestático. sentido, el fondo de lo que dice el interlocutor, más allá de las palabras. «Los más altos intereses de España» no me parecía especialmente concreto. Así que me armé de valor e insistió: «¿Y qué más?
En el obituario, Obiols también explicaba que ambos coincidían en ver a Tejero como una víctima confusa de su propio carácter alocado y de la manipulación de otros. Aunque "es de los que te fusilan llegado el caso", ha escrito Obiols. Tejero, en efecto, fue el ariete: fiel a sus valores y leal a los mandos que coincidían con su ultraderechismo, fue usado por conspiradores más astutos que él que le dejaron en la empalizada cuando se hincharon las apuestas, y se transformó en el asno de todos los golpes mientras algunos recibían tan cast. El próximo febrero se cumplirán 45 años de la más grave tentativa golpista de la historia reciente. La ciudadanía merece que el gobierno desclasifique todos los documentos reservados del 23-F para poner toda la luz que sea necesaria sobre aquella tarde-noche tan oscura.