Verdad y mentira en política

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Los carteles denigrantes contra Pasqual Maragall.

¿Cuál es la razón principal de la profunda crisis de confianza en la política? Desde mi punto de vista, la carencia de verdad. O si se desea, el abuso del recurso a la mentira. Incluso más que una supuesta mala gestión del interés público. Hay demasiado cálculo en el discurso político, sea bienintencionado o cínico. Y si siempre ya se había dicho que antes se atrapa a un mentiroso que a un cojo, con el papel de las Redes Sociales, se puede decir que ya no hace falta atraparlas, las mentiras, sino que nos vienen al encuentro solas.

Está claro que entre verdad y mentira, en el ejercicio del poder, hay otro espacio controvertido que es el del secreto. Elias Canetti, en Demasiado y poder (1960), escribía que "el secreto es la médula del poder". Y Norberto Bobbio (ver Democracia y segreto, Einaudi, 1988) ha tratado a fondo la relación entre secreto, poder y democracia. El debate sobre la necesidad de que la representación democrática se ejerza con un poder transparente o la conveniencia de recurrir ocasionalmente al secreto para defender la propia democracia, es antiguo.

No se trata, pues, de aproximarnos a la cuestión de la credibilidad de la política con un esquema dual y simplista. La principal virtud del político es la de la prudencia, y ésta pide silencios, discreción, astucia. Nada que decir. Pero la prudencia apunta al contrario a la actual política de poderosos equipos de comunicación y de declaraciones permanentes. El secreto es muy distinto a la mentira. Y en ningún caso es la prudencia la que explica la desconfianza actual, sino la falta de verdad.

Uno de los últimos ejemplos de cómo la mentira alimenta la desconfianza en el plano internacional es el de la retirada de Joe Biden de la carrera electoral estadounidense. Bary Weiss, en un artículo reciente en The Free Press (23 de julio) lo titula de esta forma: “¿Por qué tenemos una crisis de confianza? Porque los expertos siguen mintiendo. Joe Biden es sólo el último ejemplo”. En su entorno, todo el mundo sabía cuál era la realidad, y todo el mundo mentía. Al final, la mentira sobre su estado de salud no ha podido sostenerse más tiempo. Pero el daño ya está hecho. Y si el candidato Donald Trump es conocido por su mentira fácil, ahora los demócratas se han situado en el mismo nivel.

Pero no hace falta ir tan lejos para encontrar ejemplos, los tenemos muy cerca. Escuchar las razones del portavoz de los Comunes en defensa de un gobierno presidido por Salvador Illa, hacen sonrojarse. Los mismos que derribaron al Govern de ERC por haber aceptado las condiciones del PSC para aprobar los presupuestos, ahora se olvidan del Hard Rock, de la ampliación del aeropuerto o de la B-40 hasta Granollers del programa de Isla. Quizás sí que entrar en el gobierno les permitirá respirar cuatro años más, pero dios en guarda de una repetición electoral si sus electores se dan cuenta del engaño.

Es el mismo efecto que puede llegar a producir la lamentable historia de los carteles de ERC, dedos de falsa bandera, contra los hermanos Maragall. El recurso a la mentira –en este caso, además, miserable– fue imaginada para producir consecuencias electorales contrarias a las que los carteles sugerían. Es decir, se mentía con mentiras, en un cálculo verdaderamente retorcido y perverso. Y eso liderado por alguien a quien se había puesto en el gobierno para responsabilizarle de la comunicación en la perspectiva de lo que era un adelanto electoral, quién sabe si ya previsto. Sólo el mutismo de los adversarios políticos de ERC en la expectativa de posibles pactos de gobierno, ha reducido su impacto.

Y ahora, tenemos la supuesta información sobre las negociaciones para hacer gobierno. Es obvio que, en general, se trata de intoxicación bien sea para forzar determinados acuerdos, bien para preparar su posterior aceptación. Recordemos el caso de esa primera reunión del después presidente Josep Tarradellas en Madrid con Adolfo Suárez que, habiendo sido infructuosa, salió afirmando lo contrario, como estrategia de presión. Pero un caso que deberíamos situar más en la lógica del líder prudente que del mentiroso. Una prudencia que es lo que ahora echamos tanto de menos.

A la política le falta prudencia, y verdad. Sobre todo ahora que vive sitiada por unas lógicas comunicativas que desvelan, exageran y, si es necesario, inventan rápidamente mentiras antes de que quienes las han dicho hayan cruzado. ¿Cómo de diferente habría ido, con redes sociales, el golpe de estado del 23-F, del que todavía faltan datos? ¿Y qué habría pasado con el terrorismo de estado de los GAL, en los que el señor X escapó de asumir responsabilidades?

En política habría que cambiar el título del libro de Montserrat Roig, “Dime que me quieres, aunque sea mentira” por este otro: “Di la verdad, si quieres que te ame”.

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