Una 'estelada' en un balcón.
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Escuchadas las explicaciones de Jordi Turull y Jordi Borràs, se entiende que, en estos días, el grupo parlamentario de Junts en Madrid pasó en pocas horas de pedir sanciones contra las empresas que sacaron la sede social de Catalunya en 2017 a encontrarse en las manos, bien cedidas, las competencias integrales sobre inmigración. Esto ocurrió, como ha podido ver todo el mundo, gracias a muchas correderas por los pasillos, muchas negociaciones a horas intempestivas, muchos papeles sobre las tablas, y algunos pases de magia de última hora. La política espectáculo tiene estas cosas, y es cierto que conlleva un revuelo y una palabrería que pueden resultar empotradas para según quien, pero a cambio hace que salgan cosas de los sombreros.

Ceder una de las competencias más celosamente reservadas (desde el texto de la Constitución) al gobierno del Estado a cambio de evitar una derrota parlamentaria es un precio excesivamente caro que cuesta creer que el PSOE, partido experto en el juego del trilero, haya pagado. Habrá que ver cómo se concreta el contenido del acuerdo, que de momento, Junts y el PSOE anuncian y enuncian de forma muy diferente: allí donde unos hablan de traspaso integral, otros afirman que no cambia absolutamente nada.

Se ve que los dos grandes partidos independentistas catalanes ya habrán conquistado a Ítaca y ahora han vuelto —primero ERC, después Junts— a la política del pez en el cuerno. Como vienen elecciones (siempre vienen elecciones, aunque falte más de un año) se trata de competir a ver quién pone, dentro del cuerno, el pez más grande. Las competencias integrales sobre migración serían, quien lo duda, un gran atún rojo. Es obvio que las instituciones de autogobierno deben aspirar a tomar decisiones políticas sobre las cuestiones más sensibles, a tener interlocución con la Unión Europea y los organismos internacionales, etc. Ahora bien, como ejemplo de política sobre migración, Turull menciona, en entrevista con Catalunya Ràdio, poder decidir si se expulsan a migrantes multirreincidentes. “Ningún alcalde está satisfecho de que en su pueblo haya diez o doce personas que hayan reincidido doscientas diez veces”, dijo.

Empezar el debate sobre migración hablando de expulsiones y vinculante migración con delincuencia es, como mínimo y como reconoció el propio Turull, “empezar la casa por el tejado”. Un pésimo comienzo. Pero es exactamente lo que hizo el propio Turull en la entrevista, porque enseguida el debate se va hacia aquí. Y se va hacia aquí porque parte de la masa social independentista ha derivado hacia posturas que flirtean con la xenofobia y el supremacismo, expresadas en redes sociales o en artículos de opinión, algunos debidos a escritores y soi-disant intelectuales con mucha boca y nulo interés. El necesario debate sobre migración amenaza con convertirse en otro fuego cruzado de simplificaciones y consignas, alimentado por la presión de una extrema derecha que ya ha empezado a articularse políticamente con la aparición de Aliança Catalana y que es emergente en toda Europa, y los sofocos característicos de los períodos preelectorales.

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