Dado que la actualidad crea extraños y a menudo contradictorios compañeros de titular informativo de portada, el mismo día que Ucrania ha lanzado por primera vez misiles de largo alcance sobre territorio ruso, el infumable presidente valenciano, Carlos Mazón, ha nombrado a un militar de la más alta graduación, retirado, como vicepresidente para la reconstrucción después de la DANA.
Los ejércitos son los principales expertos en destrucción (real o potencial, por encargo de los civiles y por entusiasmo de los accionistas de las empresas de armamento), y a los generales se les supone orden, método y capacidad organizativa cuando se trata de acometer una tarea tan difícil como la de reconstruir la vida ahí donde la guerra que ellos mismos han dirigido ha pulverizado la normalidad.
En Ucrania, Zelenski no ha tardado nada en aprovechar la oportunidad que le ha brindado Biden. A pie de calle nos es muy difícil saber exactamente qué cálculo hay detrás de la decisión de un presidente norteamericano saliente que solo puede conllevar una escalada del conflicto y la angustia de saber que han abierto la maleta de los botones más mortales del planeta.
En Valencia, las cosas están más claras: un arruinado Mazón trata de ganar tiempo y de protegerse tras la seriedad y neutralidad del uniforme. Habiendo perdido cualquier credibilidad y siendo carne de banco judicial, el presidente valenciano se ha querido investir de autoridad y eficacia, mientras simula que despolitiza la respuesta y la convierte en un asunto únicamente técnico, en manos de un hombre sin mácula que ha jurado dar la vida por la patria. Cuando los partidos son incapaces de aparcar diferencias y cuando nadie quiere trabajar junto a un presidente que falló a los ciudadanos el día que más lo necesitaban, resulta que la solución es un teniente general. Lo que nos faltaba.