BarcelonaUna vez asumida la realidad del acceso al poder de los talibanes, la principal preocupación de los países occidentales parece ser ahora evitar una nueva oleada de refugiados como la que hubo durante la guerra de Siria en 2015. Recordamos que aquel episodio acabó, en el caso de la UE, con un pacto con la Turquía de Erdogan para que les vallara el paso a cambio de grandes cantidades de dinero. Ahora, después de una retirada desastrosa y mal planificada, sumada al hundimiento de las estructuras de gobierno patrocinadas por los Estados Unidos y la OTAN los últimos 20 años, la población afgana que no comulga con las tesis de los fundamentalistas tiene mucho miedo. Y las que más las mujeres.
Pese a los intentos de los talibanes de ofrecer una cara amable durante estos primeros días, las activistas ya están empezando a sufrir persecuciones, tal como explica la periodista Mònica Bernabé en un reportaje. No se puede olvidar, además, que los miles o decenas de miles de afganos que durante estos años han trabajado para las fuerzas extranjeras están en peligro, puesto que los talibanes los consideran colaboracionistas aunque de cara afuera hayan prometido una amnistía que nadie sobre el terreno se acaba de creer.
Ante de este escenario, lo mínimo que pueden hacer los países que participaron en la ocupación del país, entre ellos España, es acoger a aquellos afganos que sientan que su vida está en peligro, tal como recoge el estatuto del refugiado. Lo que no se puede hacer es abandonar a su suerte a toda aquella gente que colaboró con las fuerzas extranjeras (traductores, chófers, soldados, etc.), tal como también ha subrayado el primer ministro británico, Boris Johnson, que al menos se ha ofrecido a acoger 20.000 afganos en su país.
Los precedentes, sin embargo, no son nada optimistas. Durante la crisis de refugiados de Siria solo Alemania abrió sus puertas, en una decisión que tuvo un fuerte coste político para Angela Merkel. La España de Mariano Rajoy nunca cumplió su compromiso de acoger unos cuántos miles de sirios, y al final se decidió subcontratar el problema a Turquía. Ahora se quiere hacer lo mismo con los países del entorno de Afganistán, y que sean ellos los que acojan a los refugiados. La prioridad es, como en 2015, que no lleguen aquí, que Europa no se vea salpicada por una crisis humanitaria en la cual ha tenido una responsabilidad directa.
Ahora, sin embargo, el objetivo tendría que ser doble: por un lado, evitar una catástrofe humanitaria, y por otro, vigilar para que el régimen de los talibanes no empiece una escalada de represalias contra la población indefensa. Es evidente que lo ideal sería que nadie tuviera que huir de su país y que las nuevas autoridades respetaran un mínimo los derechos humanos, pero lo que no se puede pedir a la gente es que se crea las buenas palabras de los talibanes con los antecedentes sanguinarios que les preceden. El miedo de los que quieren huir, sea con un avión desde Kabul o por carretera hacia Pakistán, está justificado y el mundo no puede cerrar los ojos ante esta realidad.