La victoria abrumadora del Partido Laborista en las elecciones generales del Reino Unido ya da lecciones a los partidos de centro y centroizquierda de otros lugares. Pero que sea importante o no a largo plazo depende de la capacidad del primer ministro Keir Starmer de solucionar los problemas económicos de su país –una misión bastante difícil–.
Hay que decir a su favor que los conservadores demostraron respeto para la democracia al aceptar la derrota. El propio líder del Partido Conservador, Rishi Sunak, felicitó amablemente a Starmer antes incluso de que se conociera el voto final. Es imposible imaginar un escenario en el que Donald Trump hiciera lo mismo en las elecciones presidenciales estadounidenses de este año. Muchos republicanos ya se preparan para negar cualquier derrota electoral este mes de noviembre (minando aún más el nivel ya bajo de confianza de los estadounidenses en las instituciones), lo que hace que el ejemplo británico nos recuerde que no debemos aceptar nunca como normal este tipo de conducta. Los medios y la sociedad civil estadounidense tienen la obligación de denunciar el comportamiento antidemocrático de Trump y sus aliados en todo momento.
La rápida recuperación por parte de Starmer del Partido Laborista también ofrece lecciones valiosas. Tras tomar las riendas de Jeremy Corbyn en el 2020, justo después de la peor derrota del partido desde 1935, Starmer hizo hincapié en la moderación y en políticas para mejorar la economía y los servicios públicos. La victoria demuestra que es posible ganar elecciones sin extremismo. Prometió que la democracia funcione mejor para todos.
Es un mensaje contundente. Mi investigación reciente demuestra que la gente se vuelve mucho más prodemocrática cuando ve que la democracia funciona correctamente y cumple en términos de crecimiento económico, estabilidad, servicios públicos y bajos niveles de desigualdad y corrupción. La misma fórmula básica ha funcionado bien para los partidos de los trabajadores y los socialdemócratas en otros sitios. El nacimiento del histórico modelo nórdico puede remontarse a las victorias electorales de los partidos de los trabajadores en Dinamarca, Suecia y Noruega hace casi cien años. Estos partidos se alejaron primero de las ideas y de la retórica duras de la izquierda. Luego, una vez en el poder, cumplieron con las mejoras concretas que habían prometido.
En el caso de Suecia, la socialdemocracia se fraguó en el crisol de la Gran Depresión. El Partido de los Trabajadores –que había roto con sus raíces marxistas veinte años antes– hizo campaña sobre una plataforma de estabilidad macroeconómica, más trabajos y crecimiento salarial. Tras cumplir estas promesas, se convirtió en el principal partido de gobierno del país.
El Partido Laborista noruego se labró un camino más parecido al de su primo británico en el 2024. Después de hacer campaña sobre la base de una plataforma de izquierda dura y perder más del 20% de los escaños a la elección del 1930, pasó por una rehabilitación rápida. En 1935, un Partido Laborista completamente distinto llegó al poder en una campaña basada en una reforma escolar, programas de asistencia social y puestos de trabajo. A través de su histórica "Reforma Escolar Popular", elevó la calidad de la educación en zonas económicamente menos desarrolladas del país, lo que le valió el apoyo duradero de muchos votantes. La socialdemocracia ha seguido siendo el modelo dominante en Noruega desde entonces.
Transformar un partido es difícil. Para Starmer, implicó apartar a Corbyn y dejar claro que su marca de extremismo de extrema izquierda ya no estaría en la agenda. Starmer soportó muchos meses de críticas generalizadas de la izquierda pero se mantuvo firme.
Ahora viene una prueba aún mayor. La importancia de la victoria del Partido Laborista, en definitiva, dependerá de que el partido cumpla con lo prometido, especialmente en lo que se refiere a reanimar el crecimiento económico. El ejercicio económico de Gran Bretaña durante los últimos 14 años de régimen conservador ha sido bastante decepcionante. El crecimiento del ingreso per cápita ha sido lento y los líderes del país no han logrado resolver un problema de productividad obvio: el crecimiento de la producción por hora trabajada es malo, comparado con Estados Unidos, Francia y Alemania.
El Partido Laborista reconoció que una falta de inversión pública y privada forma la base de la situación de empleo y la productividad anémicas del Reino Unido, y tiene ideas sólidas para iniciar una recuperación económica robusta. Pero para financiar las inversiones públicas en atención médica, educación, infraestructura y tecnología que Starmer ha prometido, el gobierno necesitará aumentar sus ingresos fiscales. En consecuencia, Starmer puede que necesite dar marcha atrás respecto a una promesa separada de no aumentar los impuestos para los trabajadores.
Si así fuera, debería señalar que ninguna economía avanzada puede alcanzar un crecimiento sostenido y dinámico sin innovar. Mientras países como Vietnam y China han sabido aprovechar la existencia de tecnologías maduras y mano de obra de bajo coste, las economías de altos ingresos no tienen esta opción. Tienen que innovar o aceptar quedar atrasados en la frontera tecnológica global. Si bien especializarse en servicios financieros puede ofrecer un impulso, sus beneficios son temporales. Y como demuestra el ejemplo británico, devolverse un centro financiero para el dinero de oligarcas rusos, petroestados y evasores de impuestos conlleva una serie de males sociales.
Ahora bien, en lo que se refiere a la innovación, es más fácil hablar de ello que practicarla. A pesar del énfasis del gobierno anterior en la inteligencia artificial, Gran Bretaña está retrasada en la carrera tecnológica, y da igual el empuje del gobierno: las cosas no cambiarán milagrosamente. Por el contrario, Reino Unido necesita una estrategia a largo plazo coherente y orientada a encontrar un nicho en la economía más la innovación. El éxito requerirá algo más que una política industrial tradicional de apoyo a empresas o sectores específicos.
También existen potenciales fallas sistémicas en los planes del Partido Laborista de hacer que la democracia funcione mejor. El electorado británico ha señalado una vez más que está muy preocupado por la inmigración. Una razón por la que a los conservadores les fue tan mal es que al partido populista y antiinmigración Reform UK, de Nigel Farage, le fue muy bien. De hecho, si los conservadores hubieran captado gran parte del voto de Reform UK, habrían ganado las elecciones.
Como en el resto de Europa, la derecha británica afrontará una presión creciente para inclinarse aún más hacia la derecha, y los laboristas y otros políticos de centro tendrán que prepararse para este cambio. En las elecciones de los últimos tiempos se ha demostrado que ignorar las opiniones de la población sobre la inmigración no es una estrategia viable. El Partido Laborista debe esgrimir el argumento humanitario para permitir el ingreso de refugiados y, al mismo tiempo, también prometer una mayor transparencia y control de la inmigración en general. Encontrar la estrategia de comunicación apropiada y los principios correctos que guíen su política inmigratoria será uno de los mayores retos del nuevo gobierno. Por ser alguien que ha sido abogado de derechos humanos y fiscal jefe a cargo de cuestiones de orden público, Starmer puede que esté particularmente calificado para triunfar donde otros han fracasado.
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