El nuevo gobierno británico es una buena noticia para Europa, ¿pero qué podemos esperar ahora de Francia?

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El primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, pronuncia su primer discurso en Downing Street.

Ha sido una buena semana para Europa. Ha sido una mala semana para Europa. Buena porque Gran Bretaña tiene ahora un gobierno de centro fuerte y estable con ganas de rehacer los puentes con la UE, y porque los votantes franceses se han unido para impedir el acceso al poder del Reagrupament Nacional, de extrema derecha. Mala porque Francia parece abocada a un período de gobierno débil, inestable y dividido, que será un problema para toda la UE. Y eso en un año fundamental para nuestro continente, con un Vladimir Putin que no para de golpear a Ucrania y con la probabilidad de que Donald Trump vuelva a convertirse en presidente de Estados Unidos, salvo que Joe Biden renuncie a presentarse, que es lo que debería hacer.

Empecemos por las buenas noticias antes de volver a caer en la depresión. Reino Unido tiene ahora un gobierno de centroizquierda responsable y pragmático, elegido para cinco años. Está liderado por un abogado especializado en derechos humanos y decidido a defender el estado de derecho tanto en el país como en el exterior; es partidario de una sensata combinación de economía de mercado, intervención estatal y justicia social; ofrece un firme apoyo a Ucrania y se compromete a mantener buenas relaciones con otros países europeos. En realidad, Gran Bretaña está mucho más a la altura de los valores proclamados en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea que el gobierno de un estado miembro de la UE, Hungría, liderado por el nacionalista e iliberal Viktor Orbán, que acaba de reunirse con Putin en Moscú para ver cómo pueden obligar a Ucrania a capitular en nombre de la “paz”.

Sin embargo, hay un inconveniente: Gran Bretaña (por si no lo sabía) ya no es miembro de la comunidad política y económica que vertebra Europa. Como si entrenase para correr los 100 metros lisos en los Juegos Olímpicos de París, David Lammy, el nuevo ministro británico de Asuntos Exteriores, ha visitado a sus homólogos en Alemania, Polonia y Suecia durante los tres primeros días que ha ocupado el cargo . Mientras, John Healey, el nuevo ministro de Defensa, se ha desplazado corriendo a Odessa para entrevistarse con su homólogo ucraniano. Lammy ha pedido con énfasis y elocuencia un "reinicio", un "nuevo comienzo", una "estrecha alianza" con la UE y los distintos países europeos.

El Reino Unido propone un nuevo pacto sobre seguridad entre Gran Bretaña y la UE y busca una colaboración más estrecha en muchos ámbitos. En Berlín, París, Varsovia y otras capitales europeas se ha expresado muy buena voluntad al respecto. Pero el hecho de que el Reino Unido sólo sea, desde el punto de vista institucional, un “tercer país” más significa que el proceso de negociación de esta nueva y más intensa relación será complicado, con numerosas posibilidades de bloqueo o veto por parte de múltiples actores nacionales, políticos y burocráticos dentro de la UE. Además, las líneas rojas que Starmer proclamó para recuperar a los votantes favorables al Brexit que se habían pasado a los tories –no volver a la unión aduanera, ni al mercado único ni a la libertad de circulación de la UE– son una grave limitación para lo que pueda hacerse en el terreno económico.

Y la política británica no es tan diferente a la de la Europa continental como parece a primera vista. Uno de los principales motivos de la magnitud de la victoria laborista es que el voto de la derecha se dividió entre los conservadores y el Partido Reformista de Nigel Farage, que es el equivalente británico –o, con mayor precisión, inglés– del Reagrupament Nacional de Marine Le Pen, la AfD de Alemania o los Fratelli de Italia, que culpan a la inmigración de las preocupaciones económicas y culturales generalizadas entre la población. Los Fratelli de Ingilterra de Farage –o, si lo prefiere, elAlternative für England– obtuvieron el 14% de los votos frente al 24% de los conservadores. Los sentimientos populistas y nacionalistas a ambos lados del Canal condicionarán y complicarán el restablecimiento de las relaciones entre Reino Unido y la UE, mientras la extrema derecha se hace más fuerte a ambos lados.

Sin embargo, las noticias de Londres son más alentadoras que las de París. Sí: un astronauta orbitante en torno a nuestro planeta habría oído el enorme suspiro de alivio de todo el continente europeo el domingo por la noche, a las 8 hora francesa, cuando supimos que el Reagrupament no había repetido el espectacular triunfo de la primera vuelta y sería sólo el tercer grupo de la Asamblea Nacional. Pero ya no hay mejores noticias. Si en Gran Bretaña los votos querían sobre todo echar a los conservadores, en Francia se trataba de mantener fuera del gobierno el Reagrupament Nacional, no de poner a nadie en concreto.

El resultado es un parlamento dividido en tres grupos principales: el Nuevo Frente Popular, una coalición de izquierdas creada apresuradamente, poco cohesionada y formada por cuatro partidos muy diferentes, uno de los cuales es la euroescéptica y populista Francia Insumisa; el Ensemble centrista de Macron, que no es exactamente un partido sino sólo eso... ensemble (una agrupación), y el Reagrupament Nacional, que es un partido muy disciplinado. Nadie tiene mayoría absoluta. Todas las opciones que se están discutiendo para formar gobierno serán con toda probabilidad inestables y escisíparas. El país tiene una deuda pública disparada y un gran déficit presupuestario. Los expansivos planes de gasto del Nuevo Frente Popular podrían provocar la ira de los mercados de bonos y alterar la eurozona. Según la constitución, el presidente no puede convocar nuevas elecciones hasta dentro de un año. En la oposición, el Reagrupament Nacional puede ganar aún más apoyos mientras prepara la candidatura presidencial de Marine Le Pen o Jordan Bardella para 2027.

En resumen, mientras Gran Bretaña tiene un gobierno fuerte pero una posición débil en Europa , Francia continuará teniendo una posición fuerte en Europa pero un gobierno débil.

La autoridad e influencia del propio Macron se han visto muy erosionadas, y él tiene toda la culpa. El ex primer ministro británico Rishi Sunak quizá calculó mal cuando convocó de repente unas elecciones anticipadas (y después hizo una campaña pasada por agua y llena de meteduras de pata), pero en cualquier caso se habría visto obligado a convocarlas a finales de año. Los conservadores sabían que tenían los días contados después de 14 años en el poder, durante los cuales han hecho mucho daño en el país. El grupo parlamentario centrista de Macron, en cambio, tenía una mayoría relativa, aunque no absoluta, en una legislatura que debía durar hasta el 2027, año en el que termina su mandato presidencial.

Recuerdo que le vi en Normandía el 6 de junio, con motivo del cumpleaños del día D, y pensé: “He aquí un hombre que ha sucumbido a la soberbia”. Apenas tres días después el presidente “jupiterino” anunció, de forma precipitada y melodramática, el adelanto de las elecciones parlamentarias, poniendo de manifiesto este tipo de estupidez tan perniciosa que, por desgracia, comparte con algunos partidarios del Brexit pertenecientes a la élite británica: la estupidez propia de personas muy cultas e inteligentes. En consecuencia, Júpiter se ha convertido en Ícaro. Él, que pedía una "clarificación" política, ha logrado todo lo contrario.

La tragedia para toda Europa es que Macron también ha sido el defensor más acérrimo de lo que los europeos necesitamos con urgencia en un mundo que se calienta dividido entre Putin, Trump y Xi Jinping: más unidad, más coherencia, más poder. O como él dice: el Europe puissance. Y recientemente se ha convertido en la voz más influyente de la Europa occidental partidaria de enviar más apoyo a una Ucrania sitiada, cuyo destino hoy está en la cuerda floja. Hace sólo unas semanas Macron nos advertía que "Europa es mortal". Ahora, en un acto de locura y soberbia, ha dado una puñalada por la espalda a Europa y también a sí mismo.

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