Más papa que católicos

Una imagen del Papa Francisco rodeada de cirios en la basílica de Koekelberg, en Bruselas, tras el anuncio de su muerte.
24/04/2025
3 min

La Iglesia ha ido perdiendo feligreses a lo largo de las décadas. Cuanto más se han difundido las ideas democráticas, cuanto más se ha extendido la educación libre y laica, cuanto más hemos avanzado en la conquista de las libertades individuales, más nos hemos deshecho de las estructuras del poder religioso. Es difícil que en unas sociedades con grandes avances científicos se pueda aceptar que existe un ser invisible omnipotente y omnipresente que un día utilizó el vientre de una mujer, sin siquiera alquilarlo ni que ella pudiera disfrutar del placer que suele acompañar al acto central de la procreación, para hacer un hijo que es hombre y al mismo tiempo Dios. Sé que los teólogos han escrito ríos y más ríos de tinta para explicar el misterio, pero sin embargo resulta difícil aceptar este tipo de misterios. Resulta sorprendente que estos días, después de la muerte del papa Francisco, haya quien lo eleve a la máxima potencia de la santidad progresista. Un hombre que creía en la resurrección de las almas, en la vida más allá de la muerte y en el gran misterio de la inmaculada concepción y en el Espíritu Santo. Hay quien critica a los terraplanistas y los conspiranoicos de todo tipo, los negacionistas del cambio climático y las antivacunas pero admiran a este hombre cuyo poder deriva de toda esa cosmogonía cargada de mitos completamente inverosímiles. Como si la figura del papa recién fallecido no tuviera nada que ver con la poderosa organización que dirigía, como si él fuera ajeno a su manera de hacer y no le importaran ni el dinero ni la influencia y como si no representara valores retrógrados que van contra el orden democrático moderno como la igualdad y la libertad. Hay que reconocerle al Vaticano de este siglo su adaptación a las formas del presente y la capacidad de cambiarlo todo para que nada cambie. El papa ya no es solo el líder de una religión particular sino una marca, una imagen, un personaje público, que es la manera de tener poder en el mundo actual. Seduciendo y adaptando el discurso a lo que está de moda. Si es necesario, permitiendo acompañar al Papa a Mongolia a un escritor como Javier Cercas, que le repetía el otro día a Ferreras que él es ateo mientras promovía con devoción ferviente al jefe del pequeño estado romano. Y que enaltecía el papel de los misioneros que trabajaban por los más desgraciados e insistía en que esta Iglesia no hace proselitismo. No, claro, los misioneros de ahora no van a cristianizar a paganos, pero el proselitismo está ahí y tiene unos canales actualizados más eficaces que ir a asustar a indios con la existencia del infierno y la noción de pecado. Ahora el proselitismo es permitir a un escritor conocido y ateo cubrir el viaje del Papa y que después explique lo que quiera. La cuestión es que se hable de ello. La muerte de un pontífice es también un buen momento para marcar perfil y tener unas cuotas de pantalla sobredimensionadas, unas cuotas que no tiene ningún otro estado. Un estado, además, teocrático y absolutista, machista en su historia y su estructura, homófobo y contrario a la libertad de expresión, que añora unos tiempos en los que el catolicismo tenía un poder absoluto y establecía alianzas con regímenes autoritarios para perpetuarse. Algo nos queda de ese pasado vergonzoso de violencia contra los sometidos a la doctrina mediante la imposición de la religión de estado: un privilegio anómalo y descomunal llamado concordato, al que, a pesar de su humildad y el sufrimiento que le provocaban los pobres, el papa Francisco no renunció. Que la Iglesia española (y catalana, claro) siga sin cumplir las obligaciones fiscales que tenemos todos, que tenga un trato preferente respecto a las demás religiones en un estado aconfesional, es una indecencia escandalosa heredada del franquismo. Un negocio muy provechoso que pagamos todos los contribuyentes, seamos o no seamos católicos.

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