El móvil de ellos, vale, pero ¿y el mío?

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CONEXIONES AUTÉNTICAS El Camp Grounded, organizado por Digital Detox, es una especie de colonias para adultos en unas instalaciones de los Boy Scouts en Navarro, California, con unas normas estrictas: nada de móviles, ordenadores, tabletas ni relojes, y prohibido hablar de trabajo y de la edad y nombres reales de la gente.

Leemos en el ARA que, “después de meses de debate público en los centros escolares, pero sobre todo entre padres y madres”, el departamento de Educación ha anunciado que el próximo curso se regulará el uso del móvil en escuelas e institutos.

Naturalmente, es necesario . Cuando yo iba a la escuela me prohibieron leer en el patio –lo hacía todos los días– porque tenía que socializar. No me habrían dejado leer en clase, y si me pillaban escribiendo mis cosas me castigaban. En algunos centros, los alumnos dejan ya el móvil en una caja antes de entrar. Es importante que lo traigan, porque es una tecnología útil, por ejemplo, si cogen el autobús o van a pie y los padres quieren saber si han llegado bien. Alguien dirá, en este punto, que "nosotros" íbamos a la escuela en bicicleta y no avisábamos cuando habíamos llegado. De acuerdo. Y hacíamos campana cuando nos daba la gana y aún no existía la televisión privada, ni Nieves Herrero explicando el crimen de las niñas de Alcàsser. Dejemos por otro día el debate sobre el ordenador en clase.

Si regulamos el uso del móvil en los centros escolares, ¿no deberíamos también autorregularnos nosotros, los adultos? A mí, durante la jornada laboral hay maestros que me envían mensajes de todo tipo. En la radio, tertulianos de repente se abstraen y es porque están contestando un mensaje. En un bar, con sus amigos, no paramos de mover los dedos por la pantalla. En el tren, en el bus, por la calle, todo el mundo va con el móvil en la mano. En casa, viendo una serie, vamos jugando con el móvil (no queremos ver películas, que la concentración es distinta). En el restaurante, no escuchamos las explicaciones del camarero, concentrados como estamos en tomar la foto de la comida y quizá colgarla. En la cama, los matrimonios miran el móvil antes de acostarse (antes quizá leían). En casa, alguien escribe al grupo de la familia que la cena está lista y se queja de que los demás “no miran el móvil”. Nadie de nosotros acaba nunca de estar del todo allí donde está, porque está demasiado ocupado haciendo hashtags que explican dónde está. Regulamos, regulamos.

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