Si pudiera tener muchas vidas, y empezar una cada vez, ahora que a mi alrededor los amigos caen enfermos y pienso que el tiempo se cuela, implacable, gota a gota, día a día, haría en cada vida una vida diferente. Soy escritora, y no puedo ser más feliz de serlo. Pero también habría sido feliz siendo arqueóloga, barman, campesina, road manager. Digo esto porque el ARA publicaba una noticia —de esas noticias que hace tiempo que intuyes— que decía: “Basta de DJ, necesitamos carpinteros”. Explicaba que el trabajo de técnico de sonido tiene un 18,1% de inserción laboral, mientras que el de carpintero, más de un ochenta. Pero, en cambio, no hay estudiantes de carpintero y sí de DJ.
Por cuestiones personales he estado en contacto, este año, con un carpintero y varios albañiles. Dejemos de lado a los piratas, que hay en todas las profesiones, en la mía, también. Vamos a los bonos, a los que aman el oficio. Éstos son artesanos. Y te dicen que cuando se jubilen no encontrarán repuesto. Hacer una mesa, no sueca, hacer un suelo, no plastificado, hacer una valla de piedra, sin cemento... Conservar, valorar, rehacer, cuidar: he aquí la idea del buen gusto.
Si les hablo es porque el de carpintero y el de albañilería son dos oficios que pienso que pueden hacer, con maestría, las chicas. Y hay muy pocas. Diría que es hora de que en la FP haya mujeres carpinteras y albañiles. Quizá diga que para hacer obras hay que tener mucha fuerza, y es cierto. Pero una mujer —hablo por mí— puede trepar como un mono por un andamio, puede hacer encajar un marco en una ventana con precisión, puede ser una crack tomando tamaños. Son dos oficios que yo haría con gusto y que creo que las chicas podrían hacer con gusto. No hay y diría que es sólo por tradición. Las espero, con una mezcla de alegría y envidia.