El compañero Xavi Tedó escribía un reportaje sobre las impresiones de la "comunidad musulmana" de Ripoll que llevaba este titular: "Sílvia Orriols no quiere que nos integremos, nos quiere fuera de aquí". El subtítulo hacía: "La comunidad musulmana de Ripoll, decepcionada con Junts por haberse desmarcado de la moción contra Aliança Catalana". En el reportaje hablaban Mohamed Bahloul, que estaba tomando un té en la cafetería Esperanza, "punto de encuentro de la comunidad musulmana en Ripoll"; Bilal Elkasmi, presidente de la Asociación El Fath, que gestiona una de las dos mezquitas; Rashid Elmarajie, un fiel que salía de rezar, y Omar Elabdali, presidente de la Asociación Marroquí Juvenil del Ripollès.
Justamente el reportaje abordaba, sin querer, la gran cuestión. Los miembros de la "comunidad musulmana" que expresaban opinión con nombre y apellido eran sólo hombres, porque supongo que mujeres no habría. Hace años, cuando escribí un reportaje sobre los inmigrantes encerrados en las iglesias de Barcelona reclamando "papeles para todos", comprobé que los que estaban encerrados eran sólo hombres. ¿Y las mujeres? ¿Dónde estaban encerradas?
A mí las religiones –y religión no tiene nada que ver con procedencia– que apartan a las mujeres de la vida ociosa y las tapan, descosificándolas, me alarman ligeramente. En el último siglo, las mujeres hemos conquistado muchos espacios como la universidad, la política, el deporte... Pues bien. Uno de los espacios que más me enorgullezco de haber conquistado –y espero que no se tome como una frivolidad, porque es todo lo contrario– son los bares. Hace dos décadas no era muy normal que una mujer se sentara sola en la barra de un bar excepto si era "una busconaAhora es algo más normal. Siempre lo he hecho y siempre digo a las mujeres que me rodean que lo hagan, que entren solas a hacer un cóctel, un cortado, una copa de vino, una taza de este té tan buenísimo, con esos pastelitos tan buenísimos, que hacen en los bares marroquíes.
