Impotencia. La guerra abierta en Oriente Próximo ha desnudado al mundo. Ante la crueldad, los abusos y las violaciones de las leyes de la guerra y de la protección humanitaria, los actores regionales y globales han visto cómo el escenario estratégico que habían construido en los últimos tiempos se hacía añicos. Los fallecidos en Israel y Gaza han atrapado a la Unión Europea en sus propias contradicciones. Han magnificado la doble moral de la UE ante los conflictos que encienden su vecindario: desde Ucrania hasta el Alto Karabaj; desde Libia y el Sahel hasta los territorios ocupados de Palestina. Las acciones que se condenan como ilegales por un lado, se entienden como necesarias en otro escenario. La desorientación europea es una realidad. El regreso de la guerra abierta ha confirmado "el momento de impotencia" de la UE en Oriente Próximo, en palabras de un experimentado diplomático europeo. La obsesión por la seguridad se refuerza en la agenda política de Occidente.
Desgobierno. Un mundo en llamas está a punto de arrasar también a las Naciones Unidas. Hace tiempo que el multilateralismo y la concertación global se han debilitado por las nuevas dinámicas de competición global. El Consejo de Seguridad se ha convertido en un instrumento para la parálisis de la ONU. Una tenaza al servicio de los intereses de viejas potencias que han llevado al secretario general, António Guterres, a admitir públicamente la frustración de la impotencia. Unas Naciones Unidas, debilitadas políticamente, se aferran a su acción humanitaria sobre el terreno para intentar marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Pero hace tiempo que la ONU necesita reformarse. Su propia supervivencia está en juego. Pero también la continuidad de la idea de un espacio para una concertación global imprescindible.
Fragilidad. La guerra, que devasta territorios y consume recursos, ha aumentado también la presión sobre una economía mundial que ya mostraba signos de agotamiento. Vuelve a subir el precio del barril de Brent. Los expertos comienzan a especular con lo que pasaría si llegara una nueva crisis del petróleo. Europa se siente ya atrapada entre dos frentes: todavía arrastrando los costes de la desconexión del gas ruso y el impacto de una transición energética imperfecto que también conlleva tensión política entre los estados miembros. Según cálculos del FMI, el crecimiento en los 20 países de la zona euro se ralentizará hasta el 0,7% este año, frente al 3,3% de crecimiento que registraron en 2022. Alemania, la mayor economía de la Unión, se contraerá un 0,5%. Y a nivel global, la crisis aumenta la presión sobre los países más endeudados.
Las finanzas públicas vuelven a estar bajo presión. El Informe de Comercio y Desarrollo de Naciones Unidas muestra que tanto la consolidación del poder corporativo como sus beneficios aumentaron drásticamente durante el covid-19, con repercusiones preocupantes como el aumento de precios y la inseguridad alimentaria. Las crisis también tienen a sus ganadores. Y en un mundo con la gobernanza global débil, el poder privado se hace más fuerte.
El mundo vive un desbordamiento humanitario. Las idas y venidas políticas en Oriente Próximo son un desfile de posiciones individuales en busca de una mínima fuerza para detener la guerra. Pero cada nueva bomba, cada nuevo intercambio de artillería, es la confirmación del fin de un orden global que ordenó el mundo después de la Segunda Guerra Mundial pero hoy ya no tiene la fuerza o el apoyo necesario para garantizar ni el respeto a la legislación internacional ni la gobernanza compartida de este mundo en crisis.