La naturaleza cambia las ‘normas’ y seguimos necesitando la agricultura

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Camps de melocotoneros en Aitona en una imagen de archivo

BarcelonaLa temporada de la fruta no será precisamente de las más brillantes. Hoy explicamos que, de media, la contratación de temporeros ha caído en más de la mitad. La horquilla se mueve entre el 60% menos de trabajadores en la recolección de fruta de hueso (básicamente melocotón y nectarina) y el 40% menos en la manzana y la pera, que apenas empieza ahora. Y la producción caerá entre el 70% de las primeras variedades y el 30% de las segundas. El principal motivo de la sacudida han sido las heladas sufridas en abril. El sector ha tenido que especular con la espera que exigían las intensas heladas y las prisas por el fuerte calor a partir de un mes y medio después. Una paradoja que será habitual, porque si de una cosa avisan los expertos es que el cambio climático exagera y extrema los fenómenos meteorológicos.

Uno de ellos lo estamos sufriendo actualmente, con unas oleadas de calor que están pasando igualmente de ocasionales a habituales y que, además de sus efectos más directos sobre la población, tienen otro particularmente devastador: hay más incendios y son mucho más virulentos. Los expertos destacan dos conceptos clave para luchar contra ellos: con los medios para la extinción, que igualmente se tienen que mejorar, no haremos bastante y, por lo tanto, habrá que trabajar el territorio para prevenirlos, con el cada vez más conocido paisaje mosaico como gran recurso.

Este paisaje mosaico, el hecho de romper las enormes masas forestales que tenemos en el país (en 50 años hemos pasado de un 40% de masa forestal a un 70%) con campos de cultivo, pasa indefectiblemente por cuidar, proteger e impulsar la agricultura. Y no desde una acción sectorial a corto plazo, sino como política de país y de futuro. 

Es importante, pues, entender que las quejas en Ponent por unas heladas que han dañado la cosecha no tienen que llevar a pensar que “ya lo gestionarán con las aseguradoras” o que “el año que viene ya lo recuperarán”. Y lo mismo se tiene que decir del resto de eventualidades que el campo vaya experimentando en todo el país. La naturaleza nos está cambiando las reglas de juego y no podemos acudir a ningún tribunal de arbitraje. Hay que poner encima la mesa todo el conocimiento científico y toda la experiencia acumulada para poder anticiparse tanto como sea posible a los escenarios que ya tenemos encima. Hay que ayudar a los agricultores y ganaderos no ya con dinero, sino con futuro.

Porque el paisaje mosaico que nos tiene que ayudar a prevenir unos fuegos que tendrán cada vez más magnitud y harán más estragos no tiene que ser un paisaje y basta; tiene que ser una actividad, y esta actividad tiene que poder tener viabilidad. No puede ser un “toma, joven agricultor (o ganadero), y ya te apañarás, que tú sabes”. Detrás tiene que haber ciencia y recursos para desarrollarla. Saber qué, cómo y dónde se puede cultivar en las circunstancias que nos cambian y casarlo con cómo y dónde será más eficiente romper las masas forestales y de combustible para los incendios. Planificar y no trampear. Y mientras tanto seguir cuidando de un sector que, además, nos tiene que ayudar a cumplir con una de las patas de la sostenibilidad: el producto de proximidad.

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