La señora Grau no tiene ninguna gana de ir a la comida de Navidad a casa de la familia de él. No es por la familia, si precisamente quiere mucho a sus cuñadas y a sus suegros. Es por él, por el marido. El marido tiene una amante (la señora Grau no sabe si hay que llamarla así o quizás “amiga” o “flirt”) y le dan pereza todos los cumplidos que tendrá que hacerle. ¿Darle un beso a él y desearle felices Navidades y ver como se envía mensajitos a escondidas con la otra, que es una del pádel (todo el gimnasio lo sabe)? Hará una cosa. Dirá que su compañera de la oficina, la que se sienta a su lado, ha dado positivo, y que ella, como contacto estrecho, se tiene que quedar en casa hasta que le hagan la PCR. Se elegirá un libro, se abrirá una botella de cava, y se complacerá en la nostalgia y la soledad.
El señor Callarissa, marido de la señora Grau, no tiene ninguna gana de ir a la comida de Sant Esteve a casa de la familia política. No es por la familia política. Si precisamente se ríe mucho con sus cuñados, y su suegra siempre le ríe los chistes. Es por ella, por la mujer. Hace años que duerme en la habitación de invitados y siempre lo trata con desprecio y suficiencia. ¿Darle un beso de felices Navidades, cuando lo que él querría es dárselo a Carme, que estará con su marido, también sin ganas? Hará una cosa. Dirá que un operario de la empresa, uno con quién compartió viaje en coche, ha dado positivo y se tiene que quedar en casa hasta que le hagan la PCR. Se elegirá una serie, se abrirá un Priorat y enviará mensajes guarros a Carme.
Llama a su suegra: “Antonieta, este año no podré venir”, le dice. Y le explica el caso. La mujer se exclama: “Ay, niño, qué gracia. Me acaba de llamar la niña, y me ha dicho lo mismo, no podrá venir por un positivo. Os pasaréis la Navidad los juntitos en casa... ¡Que romántico!”