Una de las medidas más publicitadas por el nuevo gobierno catalán ha sido eliminar la cita previa para acabar con el desapego de los ciudadanos. Mientras, Donald Trump ha prometido que, de ganar, creará un departamento de eficiencia gubernamental que dirigirá Elon Musk. Sin querer insinuar más proximidades ideológicas de las necesarias, cabe preguntarse cómo es que la burocracia se ha convertido en un blanco con el que la nueva derecha radical y el centroizquierda pueden ponerse de acuerdo.
Históricamente, la burocracia era la buena noticia que certificaba el final plácido de la historia: después de siglos de luchas y revoluciones sanguinarias, una modernidad ordenada y tranquila. Es cierto que los hombres antiguos estaban menos vigilados, pero su precio era vivir bajo injusticias, supersticiones e inseguridad constante. El pacto que nos ofrece la modernidad es ceder libertad a cambio de confort y seguridad, que una organización impersonal se ocupe de las cosas de todos sin que nadie imponga intereses particulares. Tal y como se ve en el sintagma estado del bienestar, en las sociedades contemporáneas la mayoría de ciudadanos no se dedican a la creación ni al emprendimiento, sino al cuidado de los demás, sea cuidado del cuerpo (sanidad, policía, ocio deportivo) o cuidado del alma (educación, administración , ocio cultural).
Max Weber creía que esta forma de organizarse era positiva, pero la llamó "jaula de hierro" para que vigiláramos su lado opresivo. Desde Nietzsche hasta Foucault, y de Orwell a Kafka, el estado moderno ha sido criticado por filósofos y artistas como una trampa que sirve a las clases dirigentes para disfrazar su dominación de racionalidad, que cortocircuita la energía creativa de nuestro cuerpo y nuestra mente, o que establece una casta que sólo sirve a sus propios intereses. Dicho esto, no es tan sencillo distinguir la crítica de la derecha y la de la izquierda. En teoría, el eje fundamental es la competición versus la cooperación. La derecha quiere adelgazar la burocracia para que la sociedad sea más competitiva y meritocrática, puesto que esto produciría mucha más riqueza total que compensaría las desigualdades inevitables. Sin embargo, la izquierda no quiere menos gobierno, sino formas de gobierno descentralizadas, participativas y autoorganizadas que producirían más riqueza que los mercados capitalistas, que siempre acaban creando monopolios. Como dos utopismos antagónicos que se tocan, todo el mundo está de acuerdo en que sin la burocracia actual podríamos realizarnos más plenamente y al mismo tiempo seríamos más ricos. Llegados aquí, es difícil no caer en el cliché que lo reduce todo a visiones opuestas de la naturaleza humana que suben y descienden cíclicamente a lo largo de la historia.
Por eso hay que prestar tanta atención al discurso de Peter Thiel contra la burocracia, pero a favor de los monopolios. Thiel es uno de los hombres más ricos e influyentes del mundo, en un nivel que mejor se piensa en términos de supermalos de dibujos animados. Thiel fundó PayPal con Elon Musk, es un gran inversor de fondos de capital riesgo, y financió la campaña a senador de JD Vance, el número dos de Donald Trump. Pero, al igual que Musk, Thiel es un millonario con vocación de ideólogo que quiere transformar a la sociedad, y el mensaje es que el mundo está en peligro y sólo los emprendedores tecnológicos nos salvarán. Pues bien, resulta que en su último libro, Cero to one, Thiel se carga los clichés libertarios de su mundo y argumenta que "el capitalismo y la competición son opuestos" y que Occidente necesita monopolios. La idea es que la libre competencia es una batalla por las migajas que conduce al pensamiento a corto plazo ya la mediocridad, mientras que los monopolios permiten a las empresas centrarse en objetivos a largo plazo y desarrollar tecnologías innovadoras. Crítico de la democracia liberal, Thiel propone un aristopopulismo según el cual el interés de unos pocos coincide con el de la mayoría. Hay que liberar a los emprendedores excepcionales de las constricciones legales y burocráticas para que se inventen las tecnologías que nos sacarán de la pobreza, las guerras y el cambio climático.
Hace reír que las nuevas derechas digan que el bien y la supervivencia de la sociedad no coinciden con la idea clásica de eficiencia de los mercados libres porque es exactamente lo que siempre han reivindicado las izquierdas. Ahora bien, pensadores como Yanis Varoufakis o Simona Levi llevan tiempo argumentando persuasivamente que plataformas tecnológicas cooperativas y formas de gobernanza digital más democrática generarían mucha más innovación y riqueza colectiva que el modelo de megacorporaciones privadas que proponen Thiel y compañía, y, encima, todo sería infinitamente más igualitario. Es obvio que algo falla en las burocracias modernas y que la revuelta instintiva contra la jaula de hierro sale de acertadas intuiciones y del deseo de vivir mejor. Como se ve con las elecciones americanas, la nueva derecha quiere aprovechar esta energía social para llevar a cabo una transformación radical, y si la izquierda no ofrece una alternativa igual de ambiciosa y se limita a medidas pequeñas y banales, después todo serán lloros .