Negociación agónica de los presupuestos

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Dolors Sabater y otros miembros de la CUP saliente del Palau de la Generalitat

Más que la de la CUP con los presupuestos presentados por el Govern de ERC y JxCat, seguramente la incomodidad más gorda es la de muchos sectores de la sociedad catalana con esta negociación agónica. Una negociación agónica más. Desde el mundo empresarial hasta el de las entidades sociales, pasando por el campo de la sanidad o el cultural, muchas personas y organismos esperan como agua de mayo que estas cuentas públicas se aprueben y ayuden al país a encarar la salida de la crisis con unas garantías mínimas. Hacía tiempo que en Catalunya no se veían unos presupuestos tan expansivos. Naturalmente, se puede discutir el detalle y la distribución de partidas, pero el solo hecho que haya un aumento general es de por sí una buena noticia. Por eso hay una conciencia general de que no se puede dejar pasar esta oportunidad. Unos presupuestos prorrogados (y ya llevamos unos cuantos en los últimos años) serían un fracaso colectivo imperdonable. El impulso económico desde el sector público es ahora mismo un imperativo ampliamente sentido y compartido.

Llegados a este punto, la pregunta pertinente es si la CUP es consciente de este estado de opinión general. De entrada, su gesto de anunciar una enmienda a la totalidad pero alargar la negociación con poca motivación y poniendo unas condiciones que van mucho más allá de los mismos presupuestos parece más bien buscar motivos para romper su apoyo al Govern que ganas de llegar a un acuerdo. En ningún caso han transmitido los cupaires la convicción de que estas cuentas son vitales para el país. Un mensaje en el cual, en cambio, sí que se ha hecho fuerte el ejecutivo, tanto a través de su presidente, Pere Aragonès (ERC), como de su conseller de Economía, Jaume Giró (JxCat), que por activa y por pasiva han mostrado su determinación de aprobar los presupuestos, preferiblemente con los anticapitalistas y, en caso de que no sea posible, buscando el apoyo fuera de la mayoría independentista. En este sentido, también desde el PSC y desde los comunes se ha hecho explícita la voluntad de facilitar de alguna manera la aprobación. A los dos grupos de la izquierda no independentista les interesa entrar en el juego: así se aseguran también la aprobación de los presupuestos del Estado, donde gobiernan, y abren una grieta en el independentismo.

Los próximos días serán decisivos para ver, pues, si la mayoría independentista, que hasta ahora no ha sido capaz de trazar una hoja de ruta compartida –como se ha visto con una mesa de diálogo coja por la ausencia de JxCat–, como mínimo consigue entenderse en una cuestión más perentoria, pero igualmente relevante, como es la gestión de la salida de la crisis, o si, por el contrario, consuma su división y el Govern pasa a depender, para su continuidad efectiva con la aprobación de los presupuestos, de otras fuerzas. Esta última posibilidad supondría la entrada de la política catalana en un nuevo marco de geometrías variables. Se pasaría así página a una década marcada por la eclosión y hegemonía del independentismo y por su posterior aterrizaje forzoso.

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