Xavier Antich, presidente de Òmnium Cultural, y Lluís Llach, presidente de la ANC, el miércoles en el escenario de la manifestación del Onze de Setembre.
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Como principio general, se empieza dando la bienvenida a la extrema derecha a una manifestación y termina –en breve– llegando a acuerdos en el Parlament. Lo que dijo el presidente de la ANC, Lluís Llach, en una entrevista en RAC1 este martes tuvo una enunciación algo confusa y enseguida fue matizado por la cuenta de X de la misma organización, y por todos aquellos que quisieron quitar hierro a las palabras del líder de la Asamblea, bien porque son admiradores de sus canciones, bien porque encuentran que tiene razón. O por la suma de ambas cosas.

En realidad lo que dijo Llach es lo que –tristemente– piensan hoy muchos: hay que priorizar la independencia (o el deseo o la voluntad de alcanzar la independencia), y si acaso después ya hablaremos del resto. "El resto" significa que tampoco entraremos a discutir sobre racismo, xenofobia, supremacismo, machismo o LGBTI-fobia, a condición de que se dé un apoyo decidido y contundente a la independencia. Son los mismos que mantienen siempre levantado el dedo acusador que detecta traidores, vendidos, morcillas, wokes, bonistas y portadores de lirios, o defensores de lo que ellos consideran pensamiento blando o ideas débiles. Todos estos sí que no merecen contemplaciones y son un estorbo en la consecución del bien superior.

Cometen, de forma simétrica, la misma lectura aberrante de la realidad que aquellos que no tienen inconveniente en ir de la mano de Vox (previamente les habían dado la bienvenida) siempre que defiendan la unidad de España. Relativizar la extrema derecha de cada uno, y blanquearla como una versión quizás demasiado vehemente de las propias ideas pero como gente con la que al fin y al cabo te puedes entender, es una ofuscación que puede tener consecuencias oscuras a corto y medio plazo . Flirtear por impostar una determinación y una fuerza de espíritu que sencillamente no se tienen, como hacen algunos personajes de la cultura o del pensamiento, es una demostración de ego decadente y miserable. Y una equivocación grave: dejar que la extrema derecha se apropie indebidamente de las reivindicaciones y las ideas que en principio le son contrarias –como denuncia Najat El Hachmi sobre la lucha contra el machismo de raíz islámica– equivale a dejar pudrir estas reivindicaciones y estas ideas.

Por otro lado, fue merecedora de aplauso la intervención del presidente de Òmnium, Xavier Antich, rápida y concluyente trazando una línea de discurso que separa de forma irreconciliable la tradición del independentismo democrático y cualquier forma de aproximación a Aliança Catalana. Sin las ambigüedades, sin los relativismos, sin las torsiones retóricas de aquellos que ya llevan un tiempo preparando la pista de aterrizaje para las alianzas de las formaciones de “la derecha nacional”. En cualquier caso, esta Diada puede haber naturalizado una nueva y definitiva división dentro del independentismo catalán, entre aquellos que estarían dispuestos a hacer la independencia de la mano de la extrema derecha y aquellos que no estarían (no estaremos) dispuestos. Nunca estaremos dispuestos, porque no era eso.

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