Me explican que la última tendencia navideña es no envolver los regalos, no por reciclaje, sino por no causar estrés y ansiedad en el receptor. Se ve que el momento de romper el papel o de quitar el paquete de una bolsa, ese momento fatídico, puede hacer sufrir por las expectativas en un sentido o en otro. Siempre recuerdo, riendo, la escena de Deconstructing Harry donde la joven y guapa le entrega a Woody Allen una caja de cartón, de un palmo cuadrado. Él lo coge y dice, viendo su tamaño: "¿Qué es? ¿Otro jersey?". Lea este "otro" en cursiva. El regalo no puede ser mejor. Es una pelota de béisbol firmada por todos los miembros del equipo. Quiere decir que la chica ha tenido en cuenta lo que a él le gusta, ha aceptado que lo que a él le gusta son los deportes, y ha decidido trabajarse el regalo.
Queridos amigos, a partir de ahora no voy a envolver. Y no será ni porque no tenga celo, porque no tenga papel, porque me dé pereza o porque no haya tenido tiempo. No lo haré por no causar estrés. Puede pasar, claro, que le regale una cajita pequeña con un abridor de vino y piense que sea una pulsera de diamantes o las llaves de un tractor. Nada me haría sufrir más que estresar a alguien mientras desenreda. No, no, no. Ni Dana, ni la guerra de Gaza. Nada podría hacernos sufrir más que entregar un obsequio envuelto, bellamente, con papel de seda, y hacer que la persona –el niño, el mayor– que debe abrirla se ponga nervioso y le suba la presión. No quiero no cumplir con expectativas. Y puestos a hacer, podemos dar el dinero, tú, que no infarten, sobre todo. Qué ilusión contribuir a su bienestar.