No sé cómo no hay una revuelta

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Óscar Puente, ministro de Transportes.

La grave interrupción del servicio de Cercanías del domingo derivó en unas acusaciones cruzadas entre el ministerio de Transportes y el departamento de Interior sobre la responsabilidad de la seguridad de las instalaciones y del cableado en general. Vale, hay que saber cuáles son las causas de los problemas para averiguar quién tiene la responsabilidad, pero tanto el ministerio como la conselleria deberían entender que lo último que necesitan los ciudadanos es una discusión como ésta. Que verlos discutir sobre de quién es la culpa mientras la gente se agolpa en las estaciones y sigue llegando tarde al trabajo es indecente. No hay otro calificativo. No estamos por discusiones, queremos soluciones.

Claro, al ministro Puente le gusta más bajar al barro que bajar a los andenes. Es del tipo de político contencioso que cree que el respeto se gana provocando y que es más importante tener una buena polémica en las redes que dar un buen servicio a los ciudadanos. Sabe lo que pasa, ministro, que usted lo vive en Madrid y Cercanías le queda muy lejos. Y que usted es nuevo, pero los problemas de Cercanías son viejos, demasiado viejos. En 2007, hace 17 años, un sábado por la tarde, miles de personas se manifestaron por las calles de Barcelona ante los problemas de unas infraestructuras que entonces ya se nos habían hecho pequeñas y, como comprenderá, tenemos un tip. Cuando un problema se arrastra entre generaciones el fracaso es colectivo, pero lo mínimo que se puede pedir al principal responsable es que se lo tome en serio. Hay días que no sé cómo no hay una revuelta popular.

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