Por no volver a equivocarse de enemigo

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Hemiciclo del Parlamento de Cataluña

Hay una pregunta que sobrevuela el país: ¿y ahora qué? Parafraseando a Manolo, cuando la derrota parece segura unos disimulan, unos capitulan y nosotros nos preparamos para la próxima batalla.

Cogemos perspectiva. Los grandes momentos de la historia reciente de Cataluña siempre han estado ligados a la confluencia de sectores mayoritarios del país con objetivos compartidos, que no han sido fáciles y han requerido grandes esfuerzos y preparación.

Ocurrió en los años sesenta, con la lucha desde frentes muy diversos contra la dictadura, en pro de la democracia y las libertades y en defensa de la lengua y la cultura catalanas. Ocurrió en los ochenta, con los esfuerzos colectivos por el enderezamiento y el progreso social, económico y cultural del país. Y ocurrió entre el 2010 y el 2017, en torno al derecho a decidir, primero, y del derecho a la autodeterminación ya la independencia, después. Estos momentos acabaron cristalizando gracias a la alianza de distintos agentes: sociedad civil organizada, ciudadanía movilizada, y, ya en democracia, partidos políticos e instituciones. Cuando supimos sumar, el avance en términos de país fue indeturable.

Pero estos momentos a menudo iban precedidos de otros de incertidumbre y desorientación. Es cuando la historia se ralentiza y se hace pesada, porque no parece avanzar sino retroceder. Momentos de cruce, en los que siempre existe la tentación de ceder al desánimo, pero en los que, sin embargo, cuando se identifica el problema, si se acaban reuniendo voluntades diversas que se afanan por hacer frente, se acaban enmendando y se adelanta. El primer paso para resolver un problema es reconocer que tienes uno.

Ahora estamos de nuevo en un momento de cruce. Pero parece que no acabamos de identificar colectivamente el problema. Sin embargo, sabemos cuál es: la falta de estrategia compartida a la hora de definir un horizonte que nos haga avanzar como país en términos nacionales y sociales, en derechos y soberanía, en igualdad, justicia y progreso.

Cataluña logró, a partir de 2010, sumar voluntades diversas sociológicamente y transversales ideológicamente en favor del derecho de este país a decidir democráticamente su futuro político. La reacción de España contra esta voluntad colectiva fue furiosa, con una represión masiva que todavía dura. Y el movimiento no logró darle la respuesta adecuada, olvidando la lección de Clausewitz que siempre hay que tener presente: no sabemos cómo puede ganarse una guerra, pero sabemos la forma segura de perderla: equivocarse de enemigo.

Nos encontramos ante un escenario ya anunciado por muchos que alertábamos del riesgo de no articular una estrategia colectiva compartida: ese movimiento que maravilló al mundo ha acabado perdiendo la mayoría parlamentaria que había alcanzado y mantenido desde 2012. Todo indica que la base social de una mayoría favorable a la plena soberanía del país sigue existiendo. Pero ha perdido la hegemonía parlamentaria.

No será posible salir si se sigue negando la realidad. Hay que reconocerla y hacerle frente. Hace tiempo que muchos –y Òmnium lo ha hecho de forma explícita– reclamamos la necesidad de abrir un nuevo ciclo. Y esto exige nuevos liderazgos, nuevas formas de hacer, nuevas sensibilidades y nuevas voces. La potencia asociativa y organizativa de la sociedad civil soberanista del país es estupenda. Pero ahora mismo no dispone de traducción política e institucional, y es entonces cuando la tentación táctica y de parto toma peso.

La posible pérdida de un gobierno independentista en la Generalitat será una mala noticia para los que somos independentistas. Ahora bien, no es fruto del azar, sino que es consecuencia de los esfuerzos derrochados en reproches y rencillas y, sobre todo, de no haber hecho el trabajo que hemos reclamado durante años: llegar a acuerdos estratégicos entre partidos independentistas y generar un proyecto político que visualice la independencia como herramienta para la mejora de las condiciones materiales de vida de los catalanes.

Los que no queremos conformarnos con la situación que se adivina a corto plazo, tenemos un triple reto por delante, pase lo que pase en las próximas semanas en el Parlament de Catalunya: reunir el máximo de esfuerzos colectivos, plurales y transversales, para la construcción nacional, en el marco de la Cataluña de los ocho millones, con su lengua como instrumento central para la cohesión social; trabajar para fortalecer y vertebrar a la sociedad civil más organizada y comprometida para avanzar colectivamente, sin humo ni renuncias, con determinación; y, sobre todo, recuperar la hegemonía social y política que permita avanzar en términos nacionales, desde la irrenunciable defensa del ejercicio del derecho a la autodeterminación, a fin de que este pueblo pueda alcanzar la plena soberanía de un Estado propio.

Desde Òmnium, continuaremos trabajando con todas nuestras fuerzas y sumando voluntades a cada pueblo y ciudad, porque es nuestra responsabilidad, y porque existe país más allá del gobierno.

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