Ganancias. La pandemia ha acelerado la normalización de la extrema derecha. Lo ha hecho de maneras diferentes: de las ganancias electorales de Vox a la homologación como “fuerzas parlamentarias serias” de los Verdaderos Finlandeses o de los Demócratas de Suecia (que participan en las conversaciones políticas sobre la gestión de la pandemia); con la nueva inyección de popularidad para una Marine Le Pen que denunciaba las “mentiras de estado” de Macron, o con el reequilibrio de fuerzas entre las diferentes propuestas de extrema derecha en los Países Bajos o Italia. Desde Suecia hasta Francia o España, la pandemia se ha utilizado para atacar la inmigración y reclamar más restricciones de entradas y movilidad.
En general, el covid-19 ha ofrecido a todos estos partidos munición para su argumentario contra las élites (locales, comunitarias o globales), o para erigirse en los defensores de unas libertades y derechos civiles limitados por los confinamientos decretados desde los gobiernos, como han hecho Alternativa para Alemania, denunciando que la libertad de expresión ha sido “la víctima más clara del coronavirus”, o el Partido de la Libertad austríaco, clamando contra los planes “totalitarios” de vigilancia de la población. Lo explica un informe de la fundación alemana Friedrich Ebert (HAZ) presentado la semana pasada, en el que se hace un retrato, país por país, de la evolución retórica y política de unas fuerzas que “lo que tienen en común es que trabajan con el miedo”, como destacaba Martin Schulz, expresidente del Parlamento Europeo y ahora presidente de esta fundación. La única manera de responder -según Schulz- es “hacer desaparecer estos miedos”. Para ello, hacen falta nuevos modelos económicos y sociales, porque una crisis económica profunda pospandemia todavía podría beneficiar más a la derecha radical, advierten desde la FES.
Riesgos. La extrema derecha necesita visibilidad. Sin los megáfonos de la polémica no se convierten en centrales. Por eso la rotura de la campaña madrileña es estratégica para Vox. Es la culminación de una tendencia que también se ha acelerado con la pandemia: la polarización ha crecido en toda la Unión Europea, incluso ahí donde la extrema derecha no se ha visto claramente reforzada en las urnas. Los expertos constatan, además, que esta polarización afectiva no se limita al crecimiento de las percepciones negativas entre votantes y partidos políticos, sino también entre votantes en general. Es decir, que esta tensión se expresa, sobre todo, en contra de los que piensan diferente.
La retórica de Vox contra el “gobierno ilegítimo” y sus “abusos totalitarios”, la carga política indiscriminada contra las instituciones y la incitación al odio constante generan un clima de tensión de consecuencias inciertas. Antes de llegar aquí, sin embargo, ha habido un proceso de connivencia previo y de normalización ideológica. Para el profesor José Javier Olivas, que ha participado en el estudio de la FEZ, el verdadero éxito de Vox estos últimos meses ha sido su capacidad de influir en el discurso del Partido Popular, que ha visto cómo la extrema derecha ocupaba una parte importante de su espacio político. El ruido trumpista de Vox marca la agenda.
Ya no es un debate de extremos. Es el centro del debate. Con la homologación de la extrema derecha llega también la normalización del racismo, el antisemitismo y el antifeminismo, la deshumanización de los colectivos más vulnerables pero también de la oposición política. En algunos países de la UE esta es ya una parte importante de las agendas de gobierno.
Carme Colomina es periodista.