Un maqueta del nuevo Clínic elaborada por alumnos del máster Arquitectura Hospitalaria impulsado por la Universidad de Barcelona y el Hospital Clínic
Arquitecta
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Cuando leo notas de prensa sobre determinados proyectos, a veces me pongo las manos en la cabeza. En el caso del Clínic se afirma que las obras empezarán en el 2030 y que la inversión global será de 1.700 millones. ¿Será viable este calendario? Creo que lo será sólo si colectivamente somos capaces de discernir entre lo crítico para el hospital y lo que lo es para la ciudad, y si se abordan desde el inicio las cuestiones difíciles. Dicho de otra forma: constituir un consorcio es relativamente fácil. Decidir qué legado construido dejará este consorcio en los próximos cien años en la metrópoli, esto ya es más difícil, y requiere el conocimiento especializado médico, pero también cierta mirada humanista.

En su libro seminal Flesh and stone, Richard Sennett escribe sobre cuestiones de entidad que han regido la construcción de las ciudades desde mucho antes del funcionalisme. El autor repasa los profundos vínculos entre los cuerpos (según género, poder), la arquitectura y la forma de la ciudad. Aplicado al caso del nuevo Clínic, me planteo si este nuevo hospital debe concebirse como una gran unidad (como podría ser un aeropuerto o un centro comercial) o si se debe fragmentar para que la ciudad le pase por dentro, permitiendo que L'Hospitalet y Esplugues se relacionen mejor.

La superficie construida del nuevo Clínic será de 290.000 metros cuadrados. Esto equivale a la suma de los techos residenciales de un municipio que tenga, por ejemplo, unas 2.500 viviendas. El tamaño no es una novedad: los últimos grandes sectores aprobados ordenan un techo cercano a los 300.000 m2, con usos residenciales y de actividad económica. Es el caso del PDU de las Tres Chimeneas, o el Campus Diagonal-Besós de la UPC, que tiene un techo edificable máximo de 150.000 m² y que no está ni mucho menos agotado (aún hay muchas parcelas vacías). Pero estos planes ordenan usos diversos en edificios articulados en torno a numerosas calles y zonas verdes: el espacio público manda. En el caso del Clínic, las primeras ideas apuntan a un gran recinto agujereado por patios. Esto se parece más al centro comercial que a la ciudad mediterránea de calles y plazas.

Domènech i Montaner ya se enfrentó hace 100 años a la pregunta de cómo organizar un solo edificio con mucho programa, y ​​estudió decenas de plantas hospitalarias de conjuntos militares, marítimos y epidemiológicos. Entonces la lógica imperante era la de los pabellones, que permitían estrechas crujías con amplias habitaciones comunitarias donde los pacientes podían disfrutar del sol y de la ventilación natural. El pabellón ofrecía confort a los pacientes, y también a la ciudad, porque los jardines del recinto permitían circulaciones de peatones, médicos y convalecientes.

Dada la inversión mil millonaria, es de esperar que el proyecto permita acercar la Diagonal y Collserola a los residentes de Pubilla Cases, en Hospitalet, un barrio con unos indicadores socioeconómicos opuestos al de Pedralbes. De momento, los dibujos se recortan en la carretera de Collblanc, pero justo detrás está uno de los ámbitos más densamente poblados de Europa. ¿Cómo se encaja un edificio de 200.000 m² de techo en el extremo más preciado de Barcelona para que no se convierta en una barrera? Aquí serán esenciales las vistas: la topografía en ligera pendiente puede ser un buen recurso para pensar cómo disfrutarán de las vistas del Mediterráneo los pacientes desde la cama, al tiempo que habrá que trabajar los volúmenes edificados para que desde las calles Albéniz y General Manso se pueda ver la Diagonal y acercar mentalmente la nueva parada de metro. El tamaño de la parcela, que mide más de 350x300 m, ya indica que será clave decidir dónde van las entradas y cómo se accederá a pie hasta la nueva estación de metro. El hospital no debe ser incompatible con accesos a la Diagonal cada 100 metros.

En este nuevo templo dedicado a los cuidados, el tamaño, la posición y la orientación de las camas es fundamental. Un mal proyecto repetiría habitaciones en cualquier orientación. Un proyecto consciente y serio, diseñaría, de entrada, hacia dónde mirarán las ventanas ya qué horas podrá entrar el sol. Cuestiones como el silencio nocturno (evitar gritos, correderas y ruidos entre habitaciones) y la posibilidad de que los familiares se queden acompañando durante las largas noches está demostradísimo que mejoran la recuperación de los pacientes. Los quirófanos, técnicamente, deben aislarse y pueden ponerse en muchos lugares, incluso enterrados. Las habitaciones no. Y poner a las personas en el centro es pensar el hospital desde la cama. Sería espectacular poder empezar el proyecto construyendo un prototipo de habitación, abierto a la ciudadanía, cerca de la Diagonal. Y hablar del tacto, de la materialidad de la edificación para que no tenga el aspecto de un duty-free y en cambio se aproxime más al hogar, o al gran templo que acabó convirtiéndose en el San Pablo.

Una vez decididas estas cuestiones, entonces se puede hablar de los espacios de espera, de las salas comunes, del bienestar de los médicos, de los juegos infantiles frente al hospital para la evasión de las criaturas. Y más tarde de los aparcamientos, del clima, de la iluminación artificial y de los cientos de temas secundarios que también influirán en el proyecto. Pero los criterios urbanos y los cuidados no se pueden eludir.

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