Esta Diada se presenta confusa: ¿cuál es la celebración? ¿Cuál es la reivindicación? ¿Quién se siente realmente convocado? Es pronto para saberlo, pero sería bueno que se sintiera convocado todo el mundo y que se superaran las exclusiones y posiciones extremas en todos los lados. Hay que aprovechar este momento para empezar a dibujar un proyecto de futuro en el que todos podamos encontrarnos relativamente cómodos, y eso significa que los maximalistas de todos colores estarán en desacuerdo. Pero este es, precisamente, el resultado de la democracia: que todo el mundo gane algo y al mismo tiempo renuncie, aunque sea momentáneamente, a una parte de sus ambiciones.
La independencia reposa sobre el reclamo de un estado propio; un proyecto que, de momento, es claramente inviable, nos pongamos como nos pongamos. Ni Junts ha sido capaz de mostrar el camino para conseguirlo de forma inmediata, tal y como se había planteado, ni, por otra parte, es el momento de los estados. ¿Independientes? ¿De qué? Sometidos como están al dictado de multinacionales, de la OTAN, de la Unión Europea, del imperialismo estadounidense, de los conflictos bélicos. ¿Podemos afirmar seriamente que España hace unas políticas independientes de todos estos poderes institucionales y fácticos?
Pero mientras se sigue reclamando el estado propio, la nación se nos escurre entre los dedos.
Hay muchísimas naciones sin estado: la nación no es una superestructura de poder, con capacidad para gobernarse a sí misma. La nación es algo mucho más profundo y mucho más importante: es la cohesión social, la cohesión cultural, la participación en una historia y una cultura comunes, en una forma de vivir y de interpretar los símbolos y los valores. Es lo que nos hace sentir que pertenecemos a un grupo humano que tiene un pasado y debe confeccionar un futuro. El estado, no. Se puede pertenecer a un estado y no a la nación o naciones que lo han configurado; entre nosotros hay muchas personas que han logrado la ciudadanía española, pero no hablan ninguna de las lenguas de España, por ejemplo, ni entienden mucho nuestro talante. Forman parte del estado, pero quizás nunca lleguen a pertenecer a la nación.
España, de hecho, no es tanto una nación de naciones como un estado de naciones; haber querido identificar estado y nación eliminando las que no son dominantes está en la base de su fracaso. No es el único estado que lo ha intentado, pero es uno de los que no lo ha logrado. La comparación con Francia siempre me ha parecido impresionante: ese estado sí deshizo a todas las naciones que convivían en él. España, por suerte, no ha sido capaz, y de ahí el eterno enfrentamiento con vascos y catalanes, irreductibles a una única nación.
En ese momento me parece claro que es la propia nación catalana la que está en peligro. Y no solo por las embestidas del Estado, sino sobre todo por razones de otra naturaleza. La movilidad de las personas, la mezcla de las culturas y, a la vez, la hegemonía cultural norteamericana, están cambiando los referentes culturales, las formas de hacer y sentir, el carácter característico de Catalunya. No estoy haciendo culpables a las pobres personas obligadas a dejar su tierra: es el inglés que nos mordisquea el uso de la lengua por el lado cultural alto, el castellano que domina numéricamente como lengua popular en las grandes ciudades. Y con las lenguas, las referencias culturales, la música, las fiestas, el tipo de consumo, los símbolos, la gastronomía, las formas de comportamiento, las modas.
Frente a esta confluencia cultural, ¿qué puede ofrecer Catalunya? Nuestra base nacional, que ya no es económica sino sobre todo cultural, se empequeñece, retrocede. Creemos que si tuviéramos estado propio no sería así... En los últimos años, de gobiernos independentistas en la Generalitat, la lengua ha retrocedido más que nunca. ¿Por culpa de ellos? No. Porque nos encontramos en esta máquina trituradora de lenguas y culturas que es la globalización, y esto no hay acción política que pueda detenerlo.
La nación viene desde la base, las instituciones deben ayudar. Hay que reencontrar el punto de cohesión entre todos y todas los que queremos que el catalán y todo lo que significa, todo lo que hemos heredado y hemos confeccionado como nación, no desaparezca; y por eso es necesario tener un proyecto común basado en la excelencia, la innovación, la capacidad de liderazgo en aspectos cruciales, como los avances tecnológicos y sobre todo ecológicos. Tenemos hilos suficientes para tejer este nuevo proyecto, a condición de ponernos de acuerdo y no fiarlo todo al espejismo de un estado independiente por ahora imposible. Solo así podremos absorber los elementos de dispersión que nos envía el nuevo mundo en el que vivimos y mantener la singularidad real que nos caracteriza.
Tenemos ejemplos recientes: la Barcelona de los Juegos Olímpicos, sin ir más lejos, de cuyos réditos hemos vivido tanto tiempo. Pero que ahora es necesario reinventar para toda Catalunya.