Escribo después de una noche televisiva pasada en compañía de la épica victoria del Girona sobre el Atlético de Madrid, la montaña rusa emocional del baloncesto con el Barça ganando por fin un partido y contra el Madrid en la Euroliga y, de postre, un capítulo del documental sobre Josep Lluís Núñez en el 3Cat.
Dejando aparte la excelencia futbolística del colíder de Primera, que juega como si ya estuviera en Champions (y eso ya es dejar mucho aparte), lo mejor de esta historia del Girona es el valor enorme de su ejemplo: una plantilla sin renombre, con un entrenador sin humos y con luces, un presidente discreto y una afición volcada en una historia que se contará de padres a hijos. El Girona ha logrado que quieras ver sus partidos, porque cada domingo prorroga el prodigio de mantenerse en lo más alto, contra toda lógica, aparentemente. Y por fuerza, lo mejor será el trabajo que no hemos visto, porque en la vida, los prodigios no son casuales.
El compactado de 22 años de Núñez al frente del Barça es la crónica de otro tipo de carrusel emocional , de finales dramáticos, de miedo a perder, de pensar a lo grande y gobernar en pequeño, de personalismos, complejos, interferencias políticas, secuestros, hepatitis, lesiones, motines, infartos, entornos, medios, todo acabado en lo inapelablesic transit gloria mundi.Parece imposible que sobre un campo tan embarrado y en un ambiente tan cruel se hayan construido los mayores éxitos del Barça y se haya plantado la semilla de un estilo. Es la grandeza y la miseria del Barça. Y quizás por eso, también, la marcha del Girona de esta temporada parece un cuento de hadas.