La reunión de los BRICS en Kazán en octubre pasado ha hecho evidente que Occidente, EEUU, Canadá y la UE tienen un problema de antagonismo con los estados en desarrollo que forman parte –China, India, Brasil, Rusia y Sudáfrica.
A pesar de la evidente agresión de Rusia a Ucrania, no ha habido una condena firme –es cierto que tampoco una defensa– de la posición rusa. Esto es sintomático y revelador.
El período de 1945 a 1970, en el que el mundo socialista estaba aislado, y la referencia de libertad, democracia y economía de mercado eran EE.UU., es hoy historia.
EEUU había ganado la guerra y su Plan Marshall de 1948, de 200.000 M€ –en euros del 2024–, en dieciocho estados europeos había ayudado a pacificar el mundo occidental y consolidado su primacía política y económica. La ayuda debía servir para la reconstrucción de Europa. Al final, las inversiones del Plan Marshall supusieron más de un 70% de exportación de las industrias americanas por lo que para los europeos no había dónde comprar para reconstruir fuera de EEUU. Hoffmann, director del plan, dijo “se trata de dirigir a los consumidores europeos hacia EEUU”.
La referencia ética de EEUU –con la democracia como modelo político y la economía de mercado como modelo económico–, después de Vietnam, Irak y Afganistán, en gran parte se ha perdido, y el paradigma según el que EEUU defiende prioritariamente sus intereses es una realidad ahora difícil de discutir. Trump es la evidencia palpable: “Make America great again”.
El planeta tiene hoy un reto inmediato y urgente: la necesidad de proteger el medio ambiente por su supervivencia a largo plazo. Esto es tan importante y difícil como la reconstrucción de Europa, pero de urgencia menos evidente.
El avance de la industria y tecnología americana y europea con relación a los BRICS, en lo que se refiere a medio ambiente y digitalización, es similar a la que tenía el sector industrial americano respecto de Europa en los años de la posguerra.
¿Sería posible iniciar un nuevo Plan Marshall basado en el medio ambiente y la digitalización dirigido a los estados BRICS y en el que China pudiera ser también un agente y no un opositor? Este plan interesa a EEUU por razones económicas –lo lideraría– y políticas –ganaría su prestigio y ahora no tiene–, y también a la UE por razones económicas.
Económicamente, sería rentable para los BRICS por la transferencia de tecnología que podría suponer si se articulara adecuadamente. Políticamente reduciría el enfrentamiento entre regímenes autoritarios y liberales, entre ricos y pobres, entre Occidente y los BRICS.
La ventaja respecto a hace 70 años, cuando se inició el Plan Marshall, es que ahora el nivel de capital disponible es grande, cuando en la posguerra era casi nulo. Basta con mostrar la rentabilidad de los programas y posiblemente garantizarla al inicio desde la administración pública, para que los inversores privados decidan invertir, incluso en los de alto riesgo y alta rentabilidad. El apalancamiento de los proyectos es posible y multiplica la capacidad financiera por un factor de entre dos y cinco veces.
Una iniciativa como la referenciada diluiría la utilización de los suministros estratégicos de materias primas y otras a partir de razones geopolíticas y con beneficios para todos en lugar de para unos pocos.
EEUU, tras la crisis del petróleo de 1973, creó una reserva estratégica para controlar el precio en momentos críticos. Cuando Rusia invadió Ucrania, vendió 180 millones de barriles, lo que redujo el encarecimiento y evitó la carencia de suministro. Pasada la crisis, recuperó el stock vendido a precios más bajos. La medida fue útil y no onerosa. Se podrían aplicar políticas similares para materiales críticos como el grafito, el níquel, el litio o el cobalto. La estrategia de China es exactamente la contraria, y de ahí su expansión en África en los últimos diez años. Esta concentración no es positiva para el comercio mundial porque debilita las cadenas de suministro.
La producción de acero chino emite tres veces más CO₂ que el producido en EE.UU. o en la UE. Una tasa a la importación de materias primas producidas con alta emisión de carbono impulsaría la modernización de la industria en los estados que cuentan con instalaciones anticuadas y contaminantes. No debería haber ningún otro impedimento ni tasa en el libre comercio salvo la neutralidad de la emisión de carbono y la protección del medio ambiente. Los estados en fase de desarrollo necesitan capital y tecnología para acelerar su transición verde. Ésta podría ser la forma de transferirla, pero debe plantearse de forma colaborativa y no confrontacional.
La política de conflicto de Trump con China es equivocada y empeorará la geoestrategia mundial y el desarrollo. También incrementará la inflación en EE.UU. Pero la confrontación es más fácil de explicar que la colaboración: el populismo lo entiende todo el mundo y la política específica y diferenciada, pocos. Trump seguro que no. Por desgracia, esto, que pudo ser un plan positivo a escala mundial que habría reducido el enfrentamiento norte-sur y mejorado el medio ambiente, ahora es imposible. Dicen muchos americanos que Trump será un paréntesis, pero las ocasiones perdidas, por serlo, nunca son del todo recuperables.