Despacho Oval, 19 de agosto. Trump (fuera de plano) se reúne con Giorgia Meloni, Ursula Von der Leyen, Friedrich Merz, Emmanuel Macron, Volodímir Zelenski y Mark Rutte.
11/09/2025
4 min

Donald Trump parece querer compatibilizar y hacer coherentes dos grandes peligros que los griegos antiguos señalaban para cualquier régimen político: el despotismo y la anarquía. Sus decisiones, a la vez contundentes y erráticas –nombramiento de incompetentes, aranceles vacilantes, obsesión por la seguridad, militarismo, desconfianza, etc.– pueden acabar empequeñeciendo la potencia americana, en contraste con las pretensiones del Make America Great Again. Por su parte, Trump está fomentando un mundo más anárquico que el que encontró. Unos Estados Unidos autopercibidos como "mayores" a escala interna no resultan contradictorios con Estados Unidos más aislados y más pequeños a escala global.

El mundo de hoy apunta a una inestabilidad creciente ya una hegemonía china en pocas décadas, premonitoriamente ejemplificada en la reunión y desfile militar de hace unos días, con presencia estelar de Xi, Putin y un par de decenas de países asiáticos no democráticos (Vietnam, Corea del Norte, Camboya). En conjunto, reúnen más población y más PIB que los estados occidentales que todavía viven bajo el paraguas americano. En parte, representan una tardía venganza global de los estados comunistas.

¿Y la Unión Europea? La foto del Despacho Oval con Trump en un lado de la mesa y los siete enanitos europeos en la otra es una imagen expresiva del patetismo de una UE que ni siquiera juega el papel de comparsa. Envuelta en la retórica de "sus valores", su sumisión a Trump o su impotencia ante el genocidio de Gaza muestran su rostro de no actor internacional. A nivel global, la UE es una entidad prescindible. Y no se vislumbran ni liderazgos ni la energía interna que puedan revolver la situación.

La inestabilidad y la incertidumbre de futuro incentivan los análisis pesimistas. Unos análisis que a menudo miran atrás para encontrar lecciones y guías de futuro. Una de las más recientes, y creo que más interesantes, es el libro Waste Land de Robert Kaplan (2025), que toma el título del conocido poema de TS Eliot escrito hace más de un siglo (1922).

"Con estos fragmentos he apuntalado mis escombros" es el contundente verso final de Eliot de un texto complejo y oscuro sobre las consecuencias políticas y culturales de la Primera Guerra Mundial. Ésta es la conflagración que seguramente más ha marcado la separación entre el "mundo de ayer", tan bien descrito por S. Zweig, y un mundo nuevo del que hoy se vislumbran también mejor los conflictos potenciales que las esperanzas.

Kaplan es un periodista con experiencia internacional en ámbitos de conflicto y que podemos asociar a un conservadurismo americano anti-Trump. Presenta las pesimistas perspectivas de Eliot –junto a la Decadencia de Occidente de O. Spengler (publicada entre 1918 y 1922) como reflexiones de la primera etapa de la disgregación política y cultural del mundo occidental. Los desasosiegos del existencialismo francés (Sartre, Camus) constituirían la segunda etapa en los inicios de la segunda posguerra, mientras que el período de los años noventa y el siglo actual se convertiría en la tercera etapa de un mundo que busca orientaciones en una "tierra cansada" (Joan Ferraté), incapaz ya de producir sentido y proyectos políticos globales. Occidente viviría hoy en una república de Weimar a escala global: "Weimar –escribe Kaplan– podía presumir de tener muchos liberales y una fecunda vida intelectual. Había mucha esperanza en Weimar, pero un orden insuficiente. Hay que evitar ahora el destino de Weimar".

Se trata de un análisis que pretende mostrar los "fragmentos" y las "runas" de Eliot como la advertencia de un norte, de una astilla polar que nos indica el camino que debemos procurar evitar –curiosamente, esta estrella está situada a 434 años-luz de la Tierra, el mismo número de versos que contiene el poema de Eliot.

¿Acierta, Kaplan? Su análisis es atractivo e informado, pero creo que cuando mira el queso emmental se fija más en los agujeros que en el queso. El análisis comparado entre la situación después de la Primera Guerra Mundial y la actualidad tiene que ver más con las incertidumbres de futuro que con los datos empíricos que muestran tanto la geopolítica actual como la historia de la segunda posguerra. Hay fenómenos que parecen repetirse –el ascenso de los movimientos de extrema derecha en Occidente rememora elementos de los años veinte y treinta del siglo pasado–, pero la crisis del liberalismo político actual no se asemeja, afortunadamente, a la de Weimar ni en intensidad, ni en los actores, ni sobre todo en la geopolítica y la polarización ideológica.

Actualmente estamos saliendo de la lógica de la segunda posguerra –Guerra Freda, creación de la ONU, revoluciones tecnológicas, estados de bienestar, carrera armamentista, feminismo, cambio climático y problemas ecológicos, aumento del número de estados en el mundo, globalización, etc.–. Sin embargo, que esto conduzca a una crisis definitiva de las democracias oa una tercera guerra mundial entre nuevos blogs no dejan de ser especulaciones en busca de datos empíricos que, de momento, es gratuito formular –aunque siempre resulte prudente formularlos como hipótesis.

Los liderazgos son siempre un elemento clave, especialmente en tiempos de profundos cambios. Y Occidente en esto no está demasiado bien servido. Los líderes de la UE parecen vivir a sus anchas liderando la decadencia de la Unión. Es necesario rectificar, sobre todo en política de defensa, sin la cual no es creíble ninguna política exterior efectiva.

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