El ómicron vuelve a poner a la escuela contra las cuerdas

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Una clase de secundaria en una escuela de Santo Vicents de los Huertos

La escuela ha vuelto a convertirse en el eslabón más débil de la cadena. Y los chicos y chicas, en víctimas indirectas de una pandemia que también está siendo un descalabro educativo. El ómicron, con su fuerte capacidad de contagio, ha supuesto un nuevo golpe duro para los centros de enseñanza, que se han mantenido abiertos, sí, pero con un alto coste organizativo y educativo. En las tres semanas desde el regreso a las aulas después de las vacaciones de Navidad, en las escuelas públicas se han tenido que realizar 12.000 sustituciones por bajas de docentes, mientras que en las concertadas (que hay que recordar que también forman parte del sistema público ) ha habido 4.000 contratos de sustituciones hechas en inferioridad de condiciones. La concertada se ha sentido muy sola a la hora de encontrar a maestros. La pública los ha tenido más fácilmente, pero en muchos casos han ido saltando de un centro a otro, una movilidad que lo es todo menos pedagógica.

En cualquier caso, estas cifras muestran la dimensión de la sacudida. Cualquiera puede entender qué supone para una empresa o entidad la irrupción improvisada de un número tan grande de profesionales externos, no conocedores de los hábitos y la cultura de la organización. En este caso, además, estamos hablando de maestros, es decir, de personas que deben cuidar la educación y la formación de niños que de entrada no conocen, y deben hacerlo, además, en unas condiciones complicadas, con grupos confinados –ha habido jóvenes profesionales que se han estrenado a través de la pantalla–, con protocolos sanitarios cambiantes, junto a equipos de maestros superados por los eventos y frente a familias al menos desconcertadas.

Todo ello ha llevado a las escuelas e institutos del país a una situación de desgaste. Si este debía ser el curso de la normalidad una vez superada la peor fase de la pandemia, la realidad es que ahora nos encontramos con un panorama de cansancio y desánimo que, se quiera o no, repercutirá de nuevo en los niños y jóvenes. Si la incertidumbre del ómicron se alarga y sigue repercutiendo en las aulas, éste volverá a ser un curso bajo mínimos. El segundo consecutivo. ¿Podemos permitirlo? Y todo ello en medio de la cuenta atrás frente a la presión judicial por la aplicación del 25% de castellano en las aulas, otro factor que está sacudiendo la vida escolar y los proyectos educativos.

No es de extrañar, pues, que los docentes estén en horas bajas, con las fuerzas al límite, pesimistas. Algo sin duda se ha hecho mal con la gestión del cóvid en el ámbito escolar. Tampoco era fácil y, sin duda, había que mantener los centros abiertos. Pero las autoridades escolares y sanitarias deberían ser conscientes de que se ha vuelto a dejar muy tocado el mundo educativo. El empuje de innovación, el necesario empoderamiento de los equipos directivos, la reivindicación de la autonomía de los centros, la mejora de la formación de los maestros, la mayor implicación de las familias... Hay muchas asignaturas pendientes que solo se pueden tirar adelante si se cuenta con los maestros, que ya veremos cómo salen de esta nueva prueba de estrés pandémica. Y también veremos cómo salen los estudiantes. El cóvid volverá a pasar factura a la educación.

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