Otegi y la enmienda a la totalidad

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Arnaldo Otegi, durante la declaración solemne con motivo del décimo aniversario del cese de la violencia de ETA.

1. Nunca. “No se tendría que haber producido nunca”. Me parece que hay un amplio consenso en que, más allá de las expresiones de dolor y comprensión por las víctimas, esta frase es el elemento central de la declaración de Arnaldo Otegi con motivo del décimo aniversario del final de ETA. Es una enmienda a la totalidad, sin excepción: desde el primer atentado hasta el último.

Ciertamente, no es lo mismo la violencia de resistencia contra una dictadura que la violencia en una sociedad democrática. Solo excepcionalmente, en nombre de la libertad –no en abstracto sino en términos muy concretos– se puede justificar la violencia. Y es así que ETA adquirió una cierta aureola durante la dictadura, con momentos centrales como el juicio de Burgos, que fue una puesta en escena de relevancia mundial, y especialmente el atentado contra Carrero Blanco, que, tanto por el personaje como por la modalidad de la acción, hizo tomar conciencia de la fragilidad del régimen franquista. No soy nada partidario de las teorías de la conspiración. Siempre he creído que Caín mató a Abel. Pero el mismo desconcierto en el cual había entrado el régimen daba alas a todo tipo de fantasías. Cuando Martín Villa era ministro del Interior del primer gobierno Suárez, Martí Gómez y yo lo entrevistamos en el despacho donde había estado Carrero Blanco como presidente del gobierno. Al acabar la conversación, me acerqué a la ventana que daba a la Castellana. Martín Villa me dijo: “¿Ve la parada de aquí delante? Usted sabe que justo antes del atentado Henry Kissinger visitó a Carrero. Obviamente el FBI revisó la zona a fondo. Y vieron que en el banco de la parada había una persona sentada que nunca subía al autobús. Resultó ser uno de los autores del atentado”. “¿Qué me está diciendo?” No me dejó acabar la frase: “No, no le digo nada, solo le doy una información”.

2. Desconocimiento. En todo caso, todo aquello que podía ser visto como una vía radical de resistencia a la dictadura después se convirtió en una especie de fatalidad. Sin que nadie fuera capaz de pararlo. Y creo que aquí pesó un gran error colectivo: una mezcla de desconocimiento y mitificación de ETA. No solo gran parte de la ciudadanía, yo entre ellos, sino también una mayoría de los dirigentes políticos se pensaban que la violencia desaparecería una vez caída la dictadura. Que lo que hizo ETA-pm, disolverse y entrar en el espacio político a través de Euskadiko Ezkerra, lo haría también el núcleo central de ETA. Y de hecho esta idea era bastante imperante en las elecciones de 1977 en las que el PNV aparecía como garantía de la estabilización de la situación. La escisión de ETA fue un mal augurio. Después todo se vino abajo, desbordó al aparato de Estado, que se perpetuó con los GAL en la vía de las cloacas. Con la confianza en la desmovilización, que parecía que se tenía que imponer de la manera más natural del mundo, seguramente se perdió un tiempo precioso para llegar a acuerdos de paz con una organización que se fue radicalizando a medida que las puertas que se abrían se cerraban. Hasta que se llegó a un punto de no regreso.

Es el carácter contaminante de la violencia, que, por mucho que se pueda explicar e incluso justificar en momentos determinados –por ejemplo, bajo una dictadura–, acaba apoderándose de los cuerpos y las almas, sobre todo cuando se imponen objetivos y realidades superiores al reconocimiento del otro y a la vida de las personas: una idea religiosa de la patria como sagrada entidad por encima de los ciudadanos, convertidos de este modo en simples individuos; la división entre buenos y malos, entre auténticos y traidores, que genera fronteras reales y simbólicas por todas partes; y las pugnas por la bandera de la radicalidad dentro de una organización alimentada por la banalización del mal. Cuando estos factores cristalizan y la dinámica de confrontación se hace estructural, cuesta mucho encontrar la salida, que requiere una mutación significativa del entorno que le ha servido de caldo de cultivo. Tiene razón Otegi con su enmienda a la totalidad. Lástima que haya llegado tan tarde.

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