La paradoja europea es menos inocua que nunca

Banderas de la Unión Europea
13/12/2025
Economista. Catedratic emèrit de la UPF i de la BSE. President del BIST.
3 min

Hacia finales del siglo pasado la UE introdujo la expresión "paradoja europea" para señalar el contraste entre una investigación científica europea de un nivel comparable a la de EE.UU. y unos resultados muy inferiores en términos de innovación y creación de grandes empresas. El subsecuente debate académico sobre el porqué ha sido importante. Entre nosotros, el profesor Ruiz-Castillo, de la Universidad Carlos III, ha participado intensamente. Leída la literatura, doy mi opinión, con menos matices de los necesarios. La causa sería doble:

1. La premisa sobre el nivel de la ciencia europea no es del todo cuidado. Cuando se pone el foco en los indicadores más selectivos de la calidad, la superioridad de EE.UU. es clara. Esta diferencia en la cúspide cuenta mucho porque hasta ahora se ha impuesto al mundo una lógica económica implacable: lo que llega primero se lleva todo el pastel. En China hace tiempo que lo han entendido.

2. Ha habido dejadez a la hora de establecer los marcos normativos e institucionales que facilitarían la creación de empresas desde los centros de conocimiento. Al fin y al cabo, los productos que la ciencia –hecha aquí o allí– hace posible han estado disponibles en Europa: los han abastecido las empresas americanas, a menudo a muy buen precio. Desde la perspectiva del consumo no importaba mucho si la propiedad intelectual (PI) era de una empresa con sede en EE.UU. o en Europa. Que la regulación del producto fuera monopolio del gobierno de EE.UU. provocaba conflictos, pero eran de baja intensidad y se iban resolviendo amigablemente.

Desafortunadamente todo ha cambiado. En un mundo donde EEUU puede democráticamente establecer las políticas del presidente Trump, nuestra dejadez es un pecado capital. De ahí que estados europeos –siempre incluyo el Reino Unido– están desplegando una agenda de autonomía estratégica. Desde el optimismo, supondré que va en serio. Ante un país del que dependemos en temas esenciales y que ha manifestado su hostilidad en la Europa democrática y en la UE, no hay más remedio que emprender un proceso de desconexión –que será difícil y que exigirá determinación– en energía, defensa y tecnologías básicas transversales.

La implicación para el tema de hoy es que la paradoja europea es menos inocua que nunca. Necesitamos:

1. Continuar impulsando la competitividad de la investigación europea. Ya hace veinte años que la UE lo está haciendo con la creación del Consejo Europeo de Investigación y después del Consejo Europeo de Innovación. Pero son programas demasiado pequeños. El informe Draghi recomienda, entre otras medidas, doblar sus presupuestos. Es necesario hacerlo.

2. En el camino hacia la autonomía estratégica tampoco nos podemos permitir descuidar la valorización –prefiero este término que el de transferencia– de la búsqueda de alta calidad que producimos. Hoy es clave transformarla en PI e incorporarla a empresas con sede en Europa. Para ello es indispensable el desarrollo de capacidades de valorización que sean puentes efectivos entre la investigación pública –especialmente significativa en el sur de Europa– y el mercado. Debemos concebir un buen centro de investigación no como investigadores + infraestructuras (+ docencia, si es una universidad) sino como investigadores + infraestructuras + acceso a un ente puente de valorización. Los tres aspectos deben estar dotados adecuadamente. Debemos ser conscientes de que la sinergia entre un buen investigador y un buen experto puente puede ser enormemente productiva.

3. En ámbitos estratégicos se tendrán que evitar situaciones en las que se pone en marcha una start-up con tecnología propia y la ubicamos bien en el mercado, pero acaba adquirida por una empresa con sede en un país potencialmente hostil. Para evitarlo existen tres vías complementarias: hacer más atractiva la inversión en Europa –es el contenido del informe Letta–, la participación pública en el capital y la regulación. Idealmente, sería mejor que la política no entrara en estas decisiones. Es fácil cometer errores. Pero la agenda política que nos confronta sólo puede contrarrestarse con una agenda política. Estamos más en el terreno de la teoría de los juegos de estrategia que en la de los mercados.

Una observación final. Supongamos que se llega a un consenso sobre la inconveniencia de vender empresas designadas como estratégicas fuera de Europa. Sería entonces una mala noticia que una empresa de estas, digamos francesa, fuera adquirida por otra que puede estar condicionada por poderes políticos hostiles en Europa –visto el caso de EE.UU., no es fácil prever cuáles pueden ser–. Pero si el adquirente fuera alemana o española, sólo expresaría el normal funcionamiento del mercado.

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