No es necesario ser experto en neurolingüística para captar el poder de la palabra. La que sugiere, demanda o implora cada situación. La palabra justa. El artefacto ideológico. Lo que nos hace saltar, de un soplo, de la conducta celebrada en la rechazada.
Los eufemismos nos permiten una comunicación suave, atenuada, complaciente. Institución penitenciaria por cárcel. Tercera edad por vejez. Curve por gordo... En algunos casos el propósito, comprensible, es alejar el estigma o el desprecio hacia una condición. O añadir matiz. Precario o desfavorecido en lugar de pobre. Acomodada en lugar de rico. Cuestión de reputación y prestigio… o de decoro. No en vano, euphemia viene de buena fama. Sin embargo, hay quien toma palabras para confundir o embaucar. Para hacer pasar buey por bestia gorda. La comunicación económica sobresale a la hora de manipular a la opinión pública. Los términos neutros, impersonales, son ideales para difuminar responsabilidades. Palabras monótonas, grises o de color beige, sin sangre roja corriendo por dentro, como se empuja Sally Rooney en Intermezzo. Se me ocurren algunas: flexibilizar el mercado laboral es más digerible que abaratar el despido; ajuste, que recorte; paro, que huelga; desaceleración, que crisis. Rescatar un banco (socorrelo con dinero público) se hace casi caritativo. malo, que concentra los activos tóxicos, haciendo buenos a los otros bancos, que, mira por dónde, se niegan a ofrecer alquiler social cuando corresponde.
La distorsión de la realidad, a base de retorcer el nombre de las cosas, es también un recurso efectivo para difuminar la carga antisocial. La industria del fraude fiscal y la criminalidad corporativa realiza un marketing muy eficaz. Esquemas masivos de optimización fiscal es un subterfugio por no decir defraudar. Contabilidad creativa o poco convencional añade una connotación positiva a hacer trampas en el balance. irregularidad, el perjuicio para el presupuesto, por no hablar de fraude –el engaño deliberado– o de corrupción –el abuso de la posición pública en beneficio privado.
El lenguaje benévolo amorosa ciertas conductas. espabilado y quién el pardillo? ¿Quién es el altruista y quién el insolidario? de la serie Celeste (alter ego de Shakira) en la que una fan declara, conmovida, cómo le salvó un hijo con sus canciones y la inspectora de Hacienda replica, con contundencia, que quien le salvó es la sanidad pública con sus impuestos.
Los defraudadores al por mayor suelen ser verdaderos multirreincidentes, no debutan con la primera condena. Como el resto de los llamados delincuentes de cuello blanco, no son percibidos como individuos peligrosos sino honorables. Bien adaptados y bien conectados. Reciben un tratamiento penal y penitenciario, en consonancia, indulgente. Núñez, el destructor del patrimonio modernista de nuestros chaflanes, acabó en prisión por una trama de sobornos, pero le dejaban comer los turrones en casa. A Emili Cuatrecasas, presidente de Honor del bufete VIP de Barcelona, con fichajes como Soraya Saez de Santamaría, la ingeniería fiscal (ocho delitos) le costó más de cinco millones de euros; pero esquivó el trullo y recibe ovaciones en el Círculo Ecuestre. Y qué decir del Emérito, el rey de la regularización, que goza de tan buena estrella como sus homólogos y anfitriones de Oriente. No debe sufrir por el padrón, por el permiso de trabajo o las condiciones del asilo. Él no es un inmigrante ni necesita papeles. Es un invitado con fortuna, nunca mejor dicho.
El disfemismo (contrario de eufemismo) sirve para criminalizar conductas. Hace agujero en el imaginario colectivo para sostener la mano de hierro para con determinados colectivos. Es el caso de la etiqueta MENA, como sinónimo de joven extranjero, se entiende que del Sur Global. O ilegal, peligrosamente cercano a delincuente, el mote para las personas en situación administrativa irregular. A veces es suficiente con una letra para invocar al maléfico. Empleo o okupación? El lobi inmobiliario, traficante de techos, alimenta la confusión tildando deinquiokupa a quien deja de pagar la mensualidad, por la razón que sea. Qué fácil es colgar la llufa. Se atiza, por otra parte, el fantasma delokupación delincuencial. Una alerta infundada, pero rentable para Securitas Direct o Desokupa; cuando, datos en mano, es más probable sufrir un incendio o una violación. La inmensa mayoría de las viviendas ocupadas en Catalunya son pisos vacíos –más del 80%, de entidades financieras–, no primeras (ni segundas) residencias. El porcentaje de violaciones de domicilio de un particular es ínfimo y el desalojo, inmediato. Para combatir la usurpación (ocupar un piso vacío) y el uso no residencial de una vivienda para fechorías diversas (narcopisos, plantaciones de marihuana...), la justicia tiene herramientas suficientes. Dejando a un lado, en el segundo caso, el absurdo de poner el foco en la ausencia de título habilitante, como se llama técnicamente, más que en la actividad. Me pregunto si el crimen es ser narco o no tener contrato ni escritura del local. La okupación, como movimiento de desobediencia civil, persiste como la cara más oscura del drama de la vivienda. Se convierte en la alternativa de quien no tiene alternativa. La mayor parte son mujeres o familias desvalidas, no jóvenes encapuchados. Se me ocurre que el perfil se asemeja más al de María y José, resguardados en una cuadra, de lo contrario dicho establecía. ¿Qué padres querrían tener un hijo en un sitio como aquél, si tuvieran otra opción? Desamparados? Vulnerables? Desplazados? Errantes? Perseguidos? Fugitivos? Refugiados? Okupas?... Quizás nuestros mitos son más rebeldes o más audaces que nosotros mismos. Quizá no destriemos lo suficiente, como escribió Schiller, "la palabra libre, la acción muda, la obediencia ciega"…