El paso de la política al mundo privado

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Los expresidentes Felipe González (PSOE) y José María Aznar (PP)

BarcelonaEn sus memorias, quien fue editora del Washington Post durante el Watergate, Katherine Graham, explica que su padre, Eugene Meyer, decía que la vida se tenía que dividir en tres tercios: el primero se tenía que dedicar a formarse, el segundo a ganarse la vida y el tercero a ayudar a la comunidad. Así fue como Meyer, siendo ya casi un jubilado multimillonario, aceptó el cargo de presidente de la Reserva Federal entre 1930 y 1933. Evidentemente, esta es una visión idílica del servicio a la comunidad que obvia otros muchos factores, pero plantea la cuestión de cómo tiene que ser la relación entre la política y el mundo privado, o mejor dicho, cómo se puede pasar de un mundo al otro sin que haya ni privilegios ni penalizaciones para el afectado.

Aquí el tema no está muy resuelto, en parte porque no hay pasarelas transitables entre los dos mundos. La noción de servicio público no tiene mucho prestigio en nuestra casa y esto hace que sea muy difícil que personas que desarrollan con éxito sus carreras en el mundo privado quieran dar el paso de aceptar un cargo en la administración. A este desprestigio también contribuyen prácticas como las llamadas "puertas giratorias", es decir, cuando grandes empresas que provienen a menudo de los antiguos monopolios estatales fichan a expolíticos para sus consejos de administración con el objetivo de mantener bien engrasadas las relaciones con el gobierno de turno, mande quien mande. Los casos de Felipe González o José María Aznar son especialmente sangrientos, pero hay decenas de exministras o exsecretarios de estado del PSOE y del PP trabajando en estos conglomerados. Para los partidos es una manera de recolocarlos, pero siempre habrá la sospecha de si no debe de ser una recompensa de la empresa por los servicios prestados. Por eso hacen falta regulaciones estrictas sobre conflictos de intereses y leyes anticorrupción.

Para los partidos no estatales es más difícil acceder a uno de estos lugares. La excepción sería Josep Antoni Duran i Lleida, de la antigua CiU, que ocupa un lugar de consejero en Aena. ¿Pero qué pasa con el resto? ¿Es fácil volver a los antiguos trabajos? El ARA ha hablado con ocho expolíticos que representan ocho casos muy diferentes: desde la médica que vuelve a ocupar su plaza en un hospital –es el caso de la exconsellera Montserrat Tura (PSC)– hasta el político que se reinventa como emprendedor –caso de Joan Puigcercós (ERC)–, pasando por el que sigue haciendo política, pero desde fuera, como le pasa a Juan Carlos Girauta (Cs), que ahora hace de articulista en el Abc.

La conclusión que se extrae es que, si bien la política da la oportunidad de tejer una amplia red de contactos, también penaliza, porque el mundo de la empresa tiene alergia a fichar a expolíticos, a pesar de que seguramente han desarrollado unas habilidades que no son tan fáciles de encontrar en el mercado laboral ni se aprenden en las universidades. En cualquier caso queda clara una cosa: la democracia será más sana si el paso por la política no penaliza (porque esto expulsaría a los mejores) y si queda claro que, en ningún caso, supone una vía para dar después el salto al mundo privado en condiciones de ventaja.

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