1. El pasado miércoles de agosto, poco después de las ocho de la tarde, cuando todavía estaba claro, un hombre de 29 años murió en la carretera de la Rabassada. El joven motorista sufrió un accidente con un coche entre el desvío hacia el camino de Sant Medir y el mirador de la Font Groga. La investigación decidirá las causas de una tragedia que también dejó a tres heridos. Las cifras son crueles, pero no engañan. La Rabassada, en los once kilómetros que separan Barcelona de Sant Cugat, es la carretera más peligrosa del país. Así lo indica el RACC, año tras año. La media es de más de tres muertes cada año en este tramo. El dato que estremece es que en el 100% de los accidentes con muertos y heridos graves había una moto en el atestado policial. La consecuencia inmediata es que, esta semana, ya se ha cerrado el mirador de la Font Groga, para que ningún vehículo pueda estacionar. Así se evitan movimientos de riesgo, de entradas y salidas, y no se permite que los motoristas con ganas de competición lo conviertan en su meta. Adiós, pues, a una de las mejores vistas sobre el Vallès ya una zona de picnic, con sombras y mesas para el disfrute familiar. Clausurado.
2. Y es que medidas, en los últimos años, se han tomado muchas, pero las cifras mortales quedan todavía demasiado lejos de cero. Por ejemplo, el mirador sobre Barcelona hace ya unos años que se cerró con barreras New Jersey de hormigón. Estaba justo allí, a medio camino entre la gasolinera y el desvío hacia el Tibidabo, que se reunían docenas de motoristas con ganas de juerga. Había un puñado de aspirantes a Dani Pedrosa (entonces los hermanos Márquez eran pequeños) que hacían carreras por la Rabassada. Se cronometraban por ver quién era el más rápido yendo a Sant Cugat y volviendo al punto de partida. Conducían a todo soplo y los adelantamientos, con la rodilla en el suelo, cada vez eran más atrevidos. Este deporte de altísimo riesgo para los motoristas, pero también para los conductores y para los ciclistas, hace tiempo que ha ido muy de baja, por las dificultades viarias y por la vigilancia policial. Pero de vez en cuando aún te encuentras más de un atolondrado que se juega la vida para hacer su propio récord.
3. Conozco la Rabassada con los ojos cerrados. Desde 1986 la he hecho tantas veces cada semana que conozco cada curva como si fuera mi cajón de los calcetines. En estos cuarenta años he visto de todo, porque la carretera lo permitía, con muchísimos tramos de línea discontinua. En los últimos quince años, sin embargo, las cosas como sean, se ha tratado de remediar el alud de accidentes con todo tipo de medidas. Ahora ya no se puede correr ni avanzar. El coche que tengas delante en el último semáforo de Sant Cugat llegará justo delante de ti en el primer semáforo de Barcelona, pasado el Vallparc. La línea es continua durante los once kilómetros y lleva banda de vibración para que te des cuenta de que estás perdiendo el carril. No sólo eso: a la altura de los escombros del antiguo Casino de la Rabassada hay un control de velocidad de 40 kilómetros por hora. A partir de ese momento y hasta Barcelona hay una doble línea continua, con separación y tacos viarios en el suelo para impedir adelantamientos. Una vez hechas la cima y podrías embalarte hacia Barcelona, te espera un radar anunciadísimo, que te hace la foto si vas a más de 50 por hora. Después, aún, en las cuatro curvas más cerradas hay una guía de separación de carriles para que las motos no puedan correr ni cerrarse cogiendo la curva por dentro. Durante unos años, esta guía era de una sola pieza a lo largo de cinco kilómetros, pero se dieron cuenta de que era peor el remedio que la enfermedad. Nadie avanzaba porque físicamente era imposible, pero un encontronazo con esa separación era un salvoconducto hacia el hospital.
En lo que va de año, 94 personas han muerto en las carreteras catalanas. De éstos, 29 iban en moto en el momento del accidente.