La comparecencia de Luis Rubiales en directo en la Asamblea General de la RFEF fue un espectáculo que no estaba diseñado desde unos parámetros televisivos. Pero al discurso testosteronico del protagonista hay que añadir la mirada de un realizador que entendió muy bien que no solo tenía que mostrar el show de Rubiales sino también todos los hilos invisibles de dominio, poder e influencia que se tejían en esa sala de actos. Una combinación muy eficaz mediáticamente. Al inicio de la asamblea, un plano general mostraba el escenario con sus miembros integrantes: mayoría de hombres. El soliloquio de Rubiales tuvo todos los rasgos de conducta de un machista acorralado: el agresor se erigió en víctima (“Están tratando de asesinarme públicamente”). Y convirtió a la víctima en agresora (“Fue ella la que me acercó a su cuerpo”). Se justificó en la pérdida de la razón (“Me emocioné hasta el punto de perder el control”). Transformó el abuso de poder en paternalismo, utilizando a sus hijas. Alegó en su defensa que era como si les diera un beso a ellas. El realizador mostró entonces un plano de las tres hermanas emocionadas escuchando a su padre. Volvió a ese plano cuando Rubiales hizo referencia directa a una de ellas: “Hija mía, no llores. Tienes que estar tranquila. Y contenta y orgullosa de quién es tu padre”. El uso de la paternidad como garantía de humanidad. La imagen reforzaba el vínculo. No fue el único instante en el que se subrayaron visualmente las complicidades.
Rubiales exhibió alianzas para demostrar que no está solo. Explicó el tocamiento de testículos en el palco como un gesto de solidaridad con el seleccionador Jorge Vilda, recordando el intercambio de miradas que se produjo en el estadio. Y el realizador volvió a hacerlo. Ofreció un plano-contraplano de Rubiales hablando y Vilda escuchando, mostrando ese hilo invisible de connivencia. La situación se repitió cuando, en una exhibición de poder y fuerza, Rubiales subió su sueldo a 500.000 euros. Plano del rostro inmóvil del seleccionador. Y, muy oportunamente, el realizador también enseñó quién aplaudía a los grandes titulares que soltaba Rubiales. El seleccionador del equipo masculino Luis de la Fuente era prioritario en el plano televisivo, ya que formaba parte de la parte más prestigiada que apoyaba al protagonista de la semana.
Los espectadores presenciamos una exhibición descomunal de mansplaining. Rubiales explicó a toda España qué es el feminismo y en qué consiste el masculino genérico como referente extensivo de un grupo diverso. Y lo aprovechó para dar jabón a la audiencia presente: “¡Campeones del mundo son todos ustedes!” Y la tele mostraba al público que aplaudía, frío e incómodo. Rubiales se erigió como el auténtico poseedor de la verdad. Y utilizó expresiones que incluían a la mayoría a su lado y excluían a una minoría como disidentes.
El realizador del acto se convirtió en notario del espectáculo de Rubiales, que debería convertirse en un manual de primero orden para reconocer al auténtico macho alfa de lomo plateado que se ha perpetuado también entre la especie humana.