Hay personas que tienen perro y se comportan como es debido: sacan a la bestia a pasear atada con una correa, recogen las heces y no pisan aquellos espacios que les están vetados de manera explícita. Luego hay una especie de bestias supuestamente humanas, miembros de la especie más evolucionada, la que dicen ser inteligente y dotada de razón, que merecerían un estudio exhaustivo por parte de algún primatólogo interesado en animales de incomprensibles costumbres. Me refiero a las personas que tienen un perro y creen que esto les da derecho a hacer lo que les dé la gana, a saltarse leyes y mear encima de los derechos de los demás. Si los observamos con atención, en algunos casos incluso es posible que detectemos claros indicios de psicopatía, aunque ellos creen tener sentimientos más elevados que el resto, creen que son mejores personas porque aman a las bestias.
Vemos algunos ejemplos del talante de estos dueños que abundan en ciudades y pueblos. Por un lado, están los que quieren que su mejor amigo se haga libre por las calles y pueda correr sin ataduras ni trabas. No sé si todavía dura, pero en Barcelona hemos tenido una moratoria que les disculpaba del deber de llevar a la bestia aferrada. No sé por qué razón, quizás es que había ruptura de stocks de correas para perros. En todo caso si alguien, por lo que sea, tiene fobia a estos animales, o es una criatura que se asusta cuando se encuentra de cara a una bestia del tamaño de un caballo que puede saltarle encima, y se topa con un perro que no va atado no habrá forma de hacerle entender a la bestia de su amo que no cumple con uno de sus deberes. La frase que repiten todos estos incapaces de ponerse en la piel de quien está pasando un mal rato por la proximidad de la mascota es siempre la misma: "No hace nada". Aún tengo que conocer a un perro desatado que haga algo. Que dé miedo no es nada. Que sea un ser que puede reaccionar de forma imprevisible no esnada. Un segundo ejemplo lo tendríamos en el de aquellos que disfrutan llevando a su perro donde no toca, justo donde está explícitamente prohibido que lleven a su amada criatura. Prados de césped verde regados de meados: todos lo que desee. Parques infantiles con inesperadas sorpresas excretadas por los limpísimos animalitos: los tiene en todos los barrios de todas las ciudades. Y después hay un lugar que les encanta a los gamberros (de todas las edades) que disfrutan haciendo lo que les rota porque se creen por encima del bien y el mal: la playa, ese espacio de todos que ellos creen que es un enorme arenal a su disposición. No ven ningún problema en soltar al perro por donde la gente se estira para tomar el sol o introducirlo en el agua con bañistas. "Mi perro es más limpio que muchas personas", me dijo una vez una chica a la que recordé que no podía imponernos la presencia casi íntima de su bestia peluda. Y al decirlo mi perversa imaginación no pudo evitar verla dentro de la bañera de su casa llena de los orines perfumados de su adorado compañero. Me guardé la pregunta de si ella se baña en aguas enriquecidas con pelo de su cánido porque no tengo la costumbre de indagar sobre las parafilias de los demás.
Lo más interesante de estos especímenes que no entienden que la buena convivencia pide respetar las ordenanzas es que su amor por los animales es inversamente proporcional al respeto y el cariño que tienen por las personas. Dicen que porque sus congéneres bípedos no lo merecemos, que los animales no tienen malicia. Yo creo que lo que les pasa es que sólo pueden amar a seres que les van detrás removiendo la cola, no les llevan nunca la contraria y no les pueden decir ni lo que sienten ni lo que piensan.