¿Las personas importamos mucho?
Mazón se superó, y mira que parecía imposible. Que había bajado impuestos, construido tranvías o acabado con los separatistas. Como si todo esto importase mucho a las familias de las 229 víctimas. Como si, por cierto, los separatistas no fueran gente como él, que han vivido toda su vida de separar al valenciano del catalán.
Ayer oímos un ensayo general de lo que Mazón declarará ante el juez el día que comparezca: que si no tomó medidas hasta las ocho y media de la tarde es porque fue víctima de la desinformación. ¡Pero si incluso una consejera suya está grabada antes de comer diciendo que les preocupa la crecida del barranco de Poio!
Pero lo más significativo de todo fue el lacito final con el que religó su testamento político: "Me dirijo a aquella mayoría parlamentaria viva [...], la que, en definitiva, defiende la libertad". Estaba cantado que, tarde o temprano, Mazón lo justificaría todo en aras de la libertad. La misma libertad que arruinó al País Valenciano y que según la cosmovisión ayusista convierte los SMS de alerta en una intromisión al libre albedrío de la gente de ir a hacer unas cañas cuando le plazca.
Que Mazón sea el compendio del cinismo y de la incompetencia no quiere decir que fuera del PP todo sea ética y eficacia. Hablo del PSOE. La ministra Diana Morant felicitó a las asociaciones de víctimas por el mérito de haberse "cobrado la cabeza" de Mazón. ¿Hay que hablar en estas termas medievales? Lo preocupante de la dana ha sido volver a comprobar que la política es capaz de apropiarse de lo necesario, incluido el dolor que causan 229 muertes, para tener razón y hundir al adversario. Notar que la gente no importa tanto como ganar elecciones ha sido, después de la tragedia, el golpe más duro.