Planes de paz Trump
Donald Trump no logró finalmente su ansiado premio Nobel de la Paz (al menos, no en esta última edición), pero esto no ha rebajado su pretensión de erigirse en el gran pacificador global. Hace un mes y medio presentó, en Sharm al-Sheij, un documento o artefacto llamado Declaración Trump para la paz y la prosperidad duraderas, firmado detrás de unas letras con el lema "Paz 2025", que supuestamente era un acuerdo de paz entre Israel y Palestina. Aquello fue un corremos todos de los líderes mundiales: nadie quiso perderse la foto de lo que se entendía que debía ser el fin del genocidio en Palestina, y todo el mundo que fue invitado pasó a darle la mano a un Trump que exultaba como una criatura la mañana de Reyes. En realidad, como advirtieron entonces los entendidos, no era todavía ningún acuerdo de paz, sino un alto el fuego que se ha aplicado de forma arbitraria y altamente deficiente. Con el pretexto de la no devolución de los cuerpos de los rehenes fallecidos (que podían haber muerto, o también haber quedado deshecho en pedazos, o colgados bajo los escombros, durante los ataques israelíes de los últimos dos años) y otras excusas del repertorio habitual contra Hamás, el gobierno de Israel no ha detenido ni un solo día entero las matanzas, la población civil. La última noticia –que podéis leer en la crónica de Cristina Mas en el ARA– dice que los forenses que han examinado los cuerpos devueltos por Israel denuncian un posible tráfico de órganos extraídos de los palestinos fallecidos. Mientras, Netanyahu intenta conseguir un indulto presidencial para rehuir su juicio por corrupción, que es, para él, del que siempre ha ido todo el conflicto.
En Ucrania las cosas no van mejor, y las iluminaciones pacificadoras de Trump (contadas también en este diario por Albert Sort) terminan siempre condicionadas a la voluntad y el arbitrio de Putin, que lo único que espera y acepta es la rendición de Zelenski. Por lo general, los planes de paz de Trump consisten en el reconocimiento formal de la total hegemonía e impunidad del más fuerte, y en la completa humillación y entrega del vencido (una manera expeditiva y fácil de construir planes de paz), además de una parte jugosa del botín para EEUU, que actúa de mediador y comisionista a la vez. En el caso de Ucrania, sin embargo, ocurre que Putin no se conforma con un gran botín: lo quiere todo, y no se puede descartar que se salga con la suya.
Trump acaba de decorar su imagen de líder global insultando a periodistas, o reuniéndose con líderes tan dudosos como el actual presidente de Siria, Ahmed al Sharaa (Trump le echó un perfume que comercializa él, y le preguntó cuántas mujeres tenía), y el príncipe saudí de Mosmed bin Salman, muy presunto estadounidense Jamal Khashoggi ("Cosas que pasan", comentó Trump). La popularidad del presidente americano, es cierto, desciende rápidamente (la última encuesta Gallup le sitúa en el 36%, cinco puntos menos que en octubre), pero eso no le hará dimitir de la voluntad de pacificar el mundo con su obtusa mirada de constructor y especulador inmobiliario.