Putin pone en bucle el fin de la guerra en Ucrania

El presidente ruso intenta utilizar Trump para que fuerce a Zelenski a rendirse y le amenaza con seguir luchando

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, a su llegada en visita oficial a Biskek, capital de Kirguizistán.
30/11/2025
4 min

MoscúMás de 300 días, decenas de cumbres, llamadas, ultimátums y planes de paz, pero ningún resultado. La cronología de los esfuerzos de Donald Trump por poner fin a la guerra de Ucrania se asemeja al perfil de una etapa ciclista de montaña, con breves momentos de clímax y cientos de kilómetros de anticlímax, pero todos ellos recorridos en una bicicleta estática. Desde febrero, los arrebatos negociadores del presidente de Estados Unidos han ido abriendo de forma errática aparentes ventanas de oportunidad para encontrar una salida dialogada al conflicto. Vladimir Putin las ha cerrado todas. Ahora, cuando da la sensación de que nunca habíamos estado tan cerca de un acuerdo, todo indica que volverá a pasar lo mismo, y que estaremos donde estábamos hace 300 días pero con decenas de miles de muertos más.

La aparición en escena del controvertido plan de paz de Trump parecía haber precipitado los eventos, pero el arrebato de hace una semana ya se ha diluido y las posiciones de ambos bandos siguen siendo irreconciliables. "Estamos listos para luchar hasta el último ucraniano", dijo Putin. "Nadie con dos dedos de frente firmaría un documento para renunciar a territorio", respondió el viernes, poco antes de dimitir por un caso de corrupción, el jefe de gabinete de Zelenski, Andrí Iermak.

No es la primera vez que Steve Witkoff, el emisario estadounidense, viaja a Moscú con un plan de paz bajo el brazo. En abril ya se presentó con una propuesta que parecía inadmisible para Ucrania: reconocer internacionalmente la soberanía rusa de Crimea, congelar la frontera en la línea del frente y aceptar de facto como rusos los territorios ocupados de Donetsk, Luhansk, Kherson y Zaporíjia. Entonces se volvió a Washington con la cola entre piernas, tras un portazo del Kremlin.

Soldados de las fuerzas armadas de Ucrania conduciendo un vehículo militar durante ejercicios en la región de Járkov, en Ucrania.

Ahora la escena se repite y el enviado de Trump podría tener la tentación de ofrecer aún más: el reconocimiento internacional de Crimea y de la totalidad del Donbás, incluidas las partes bajo control ucraniano, de que el ejército ruso podría tardar años en conquistar. Witkoff está seguro de que todo se reduce a una transacción de tierras y el propio Putin ha expresado que, si Ucrania se retira de Donetsk, la guerra se terminará (y que, si no, lo tomará por la fuerza). Pero ni está claro que el presidente ruso le baste con concesiones territoriales ni menos que Zelenski esté dispuesto a pasar a la historia como el gobernante que entregó las últimas ciudades del Donbás sin resistirse.

Kiiv ya ha dejado claro cuál es la otra línea roja, más allá de la integridad territorial: las futuras garantías de seguridad. Es decir, no cerrar la puerta a adherirse a la OTAN, recibir apoyo militar internacional y mantener un ejército capaz de defender al país. El problema para Trump y su negociador es que para Putin éstas también son cuestiones existenciales. Si Rusia se siente mínimamente amenazada, no firmará ningún acuerdo y preferirá seguir bombardeando ciudades ucranianas y enviando a miles de soldados a morir en el frente para avanzar kilómetros.

El presidente ruso cree que, cuanto más demuestre la superioridad en el campo de batalla, más fuerza tendrá en la mesa de negociaciones y más podrá coercir a un Zelenski conminado por Trump y debilidad por la corrupción para que acepte una rendición en sus términos. Está convencido de que, en cuanto levante el pie del acelerador, quedará a merced de la presión diplomática internacional y habrá perdido toda la ventaja. Por este motivo hasta ahora rechazó cualquier ofrecimiento de alto el fuego, sorteó ultimátums y trató de engatusar a Trump con cumbres y treguas a medida, mientras se mantenía firme en sus demandas de máximos.

El juego de Putin

En marzo, Putin desestimó un alto el fuego de treinta días por temor a que Ucrania lo utilizara para rearmarse. Unos días más tarde, tomó la propuesta estadounidense de una tregua de ataques sobre las infraestructuras civiles, la reformuló unilateralmente en una tregua sobre instalaciones de energía y se pasó un mes acusando a los ucranianos de violarla. Y finalmente, se mostró a favor de un alto el fuego en el mar Negro siempre que se le levantaran las sanciones.

Cuando notó que Trump se estaba cansando de su juego y que le irritaba la falta de progresos, se sacó de la manga dos treguas cosméticas para volver a ganarse el favor: la primera, por Pascua, de 36 horas, anunciada sin consultarlo pocos minutos antes de que entrara en vigor Día de la Victoria, para asegurarse de que Zelenski no le aguaba la visita de más de una veintena de líderes mundiales en Moscú.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, la semana pasada reunido con Donald Trump y su equipo en la Casa Blanca.

Aquellos destellos de pacifismo interesado tampoco impresionaron a la Casa Blanca, así que Putin se vio obligado a convocar las primeras conversaciones directas con Ucrania desde el 2022. Pero en Estambul, en lugar de hablar de paz, el presidente ruso plantó a Zelenski, que le había desafiado a verse su cara a verse cara a cara delegación ucraniana con conquistar las regiones de Járkov y Sumi si sus tropas no abandonaban las provincias anexionadas por Rusia.

La cumbre de Alaska entre presidentes, en agosto, fue el penúltimo intento del Kremlin de evitar el estropicio con Washington. Ahora Moscú intenta utilizar la vaguedad de lo que allí se discutió para afirmar que existen fundamentos por un acuerdo. De este modo, anima al presidente estadounidense a seguir pedaleando en la bicicleta estática de una guerra sin paz a la vista, que solo acabará cuando Putin tenga suficiente.

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