Planificando las vacaciones

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Las pantallas de móvil en los conciertos son ya un problema

En su excelente artículo de ayer sobre el turismo, el filósofo Ferran Sáez-Mateu argumentaba que existe una diferencia entre la persona curiosa y el turista, que es que “el curioso quiere conocer cosas nuevas; el turista, en cambio, quierereconocerlasa partir de imágenes que ya ha visto mil veces. Mientras dure esa actitud absurda no hay nada que hacer”.

A ver, hace ya décadas que la gente que viajaba quería hacerse una foto en los lugares que había visto en las guías o en las postales que un amigo le había enviado el año anterior. La diferencia, claro, es que ahora viajar se ha abaratado a niveles populares, lo que sumado a la posibilidad de enseñarlo en Instagram (posibilidad convertida en necesidad angustiosa) ha multiplicado exponencialmente el fenómeno.

No sólo ocurre con el turismo. Desde que todos llevamos una cámara de grabar imágenes en el bolsillo, la gente está más pendiente de grabar un momento especial que de vivirlo. Lo veo en los conciertos o en los partidos de fútbol. Son espacios en los que hay gente capaz de reprimir la emoción para asegurarse de que ha registrado un momento único para tener la prueba de que él estaba allí, y pensando que así lo podrán revivir siempre. Lo encuentro un error. Para revivir primero hay que vivir, y una cosa es tener un recuerdo y otra es tener una grabación. Las veces que he sacado el móvil, he vuelto a casa y me he dado cuenta de que ese momento especial había pasado delante de mí, pero que cuando quería revivirlo en el pensamiento, el recuerdo que me quedaba era el de haber estado encuadrando más que haber vivido en plena comunión con el acontecimiento. Y ya no hablamos de la diferencia entre grabar y vivir momentos íntimos. Fotos y vídeos, los justos.

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