La iniciativa "Ocupamos nuestras playas".
21/06/2024
3 min

Cuando los catalanes viajamos al extranjero y nos preguntan de dónde estamos, a menudo respondemos “Barcelona”, aunque no seamos de la capital, porque sabemos que su popularidad hará que identifiquen nuestro origen. La reacción de nuestro interlocutor –seguro que todos lo han podido comprobar en alguna ocasión– es la exhalación de un "Oh!" admirado, al que se añade algún comentario elogioso, seguido de una de estas dos frases: a) la visité y estoy enamorado/a ob) ¡tengo muchas ganas de visitarla!

No diré que no sea agradable ser el receptor de esta mezcla de entusiasmo, deslumbramiento y quizás un punto de envidia: “Sois de Barcelona, ​​esta ciudad que todo el mundo quiere conocer”. Cuando ocurre, te sientes un poco parisino, o florentino o veneciano.

Hemos tenido varios años para acostumbrarnos, tras el gran impulso que supusieron para nuestra capital los Juegos Olímpicos del 92. Desde entonces, el turismo no ha parado de crecer y crecer y la verdad es que quizás nunca habíamos imaginado que llegaríamos a sobrepasar todos los límites razonables.

Ahora hemos llegado a un punto en el que no es necesario leer o escuchar a periodistas, políticos y representantes vecinales (del sector que llevan tiempo alertando de los peligros de esta masificación). Ahora sólo hace falta hablar con los amigos que viven o trabajan en Barcelona y constatarlo personalmente: “Yo en el centro no bajo nunca, es insoportable”, “Tendré que marcharme de mi barrio de toda la vida, los precios de los pisos obligan”, “La ciudad está perdiendo absolutamente su personalidad”. Todo el mundo se da cuenta. Y todo el mundo rumia.

Tengo la sensación de que estamos llegando al momento de que haremos algo más que remover. En las últimas semanas han pasado tres cosas, como mínimo, que nos empujan en esta dirección: el desfile de Louis Vuitton en el Parc Güell (que provocó algún desperfecto en la obra de Gaudí), el anuncio de que los vecinos de la Barceloneta tendrán que pedir acreditación para llegar a su casa durante la Copa América y el asfaltado expreso de un tramo del paseo de Gràcia para recibir la exhibición coches de la Fórmula 1. Siempre me han dado rabia los alocados que hacen trompos con los coches: sólo veo humo y ruido.

En el paseo de Gràcia ha habido protestas, y también se han quejado los vecinos del Parc Güell y de la Barceloneta, y estamos viviendo una inflamación de protestas en las redes sociales por todo ello. Esta sensibilización ha coincidido con el tiempo con la campaña "Ocupamos nuestras playas" que se está haciendo en las islas Baleares para denunciar la masificación.

Siempre hay alguien, en este debate, que suelta la frase “Todos vivimos del turismo de una manera u otra”. Suponiendo que fuera verdad, ¡seguro que nadie nos había dicho que para ganarnos la vida nos quedaríamos sin vivienda, sin paseos por nuestra ciudad, sin negocios emblemáticos, sin poder bañarnos en nuestro mar!

Tengo la sensación de que estamos en un punto en que la causa sumará muchos adeptos. Ahora bien, si nos ponemos, hay que ser algo coherentes: nada de alquilar la habitación de la abuela por setecientos euros, ni el pisito heredado en la Costa Brava por 2.500 la semana, ni de pasar los días de vacaciones de agosto en Menorca.

No sé si estamos a tiempo, pero nunca había visto a tanta gente dispuesta a intentarlo. Y, ya sabéis, soy optimista.

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