El problema no está en Sevilla, sino en Madrid

Andalucía tiene una tasa de paro del 15%, solo superada por muy poco por Extremadura, y un índice de pobreza y de personas en riesgo de exclusión social del 37%, el mayor de España si exceptuamos el de la ciudad de Ceuta. Que con indicadores como estos el presidente andaluz anuncie deducciones fiscales para la cuota del gimnasio o los gastos del veterinario se comenta solo, por así decirlo suavemente. Sobre todo visto desde Catalunya, donde la transferencia de la mal llamada "solidaridad" (la solidaridad es voluntaria, no obligatoria) sigue siendo desproporcionada y perjudicial, y no permite ningún margen para populismos como este del presidente de la Junta, a nueve meses de las elecciones.

Esto hay que poder decirlo, aunque la discusión de Catalunya no debe ser con Andalucía o con cualquier otra comunidad, sino con el Estado. El gobierno español está durmiendo la pelota del nuevo sistema de financiación (y más que la dormirá, si la vicepresidenta y ministra de Hacienda es la candidata socialista en Andalucía y con perspectivas electorales muy malas) y lo último que necesitamos es volver a la lata lacrimógena de cuánta ingratitud con los andaluces que vinieron a levantar Catalunya, un concepto que ya se ha oídos estos días.

Con todas sus torpeces de ejecución, el proyecto independentista pretendía dar una respuesta global al problema que persiste, que es que tanto los gobiernos del PP como los del PSOE pretenden perpetuar la asfixia económica de nuestro país, incluso cuando han acordado revisar la financiación obligados por las circunstancias. El problema no está en Sevilla, está en Madrid.