Producir y reproducir, ¿cómo hacerlo compatible?
El alargamiento de la pandemia está provocando muchos cambios que, probablemente, se mantendrán en el futuro y generarán otros que ya se van perfilando; el virus nos ha mostrado que muchas de nuestras rutinas podían ser modificadas y quizás nos habrá obligado a encontrar el camino para mejorarlas.
Hablamos, por ejemplo, del ámbito del trabajo. En circunstancias normales, el paso al teletrabajo como forma muy generalizada habría sido muy difícil; las empresas se habrían resistido a ello, quizás los trabajadores y trabajadoras también, habría habido que vencer muchas resistencias porque aparentemente resta control a la empresa, y hay todavía una fuerte tendencia a creer que, si no se vigila, los asalariados no harían gran cosa. Pues bien, empiezan a aparecer estudios que muestran que muchas empresas están satisfechas con el teletrabajo, y que la productividad ha aumentado como consecuencia de este cambio. Por ejemplo, una investigación hecha sobre 500 organizaciones y 5.000 personas trabajadoras en Inglaterra ha mostrado que en un 63% de las empresas la productividad aumentó durante el tercer trimestre del año pasado, justamente como consecuencia del teletrabajo, del ahorro de tiempo de desplazamientos del personal, de una mayor flexibilidad de los horarios y del aumento de las conexiones online, que son más ágiles que las relaciones sociales de siempre.
Curiosamente, son las personas que han teletrabajado las que no se muestran tan satisfechas, y que tienen la impresión de estar todo el día pendientes de los ordenadores. Hace años que pasamos a ser una sociedad en la que interiorizamos muchos de los deberes y obligaciones, sobre todo las vinculadas al trabajo, y es más probable que la exigencia individual sea más alta que la que impone la empresa. No en vano se ha hablado de los workaholics, los adictos al trabajo. En cualquier caso, sin embargo, queda claro que hay que encontrar la reglamentación adecuada para no convertir lo que puede ser una mayor capacidad de organizar el propio tiempo en una tendencia compulsiva a trabajar todo el día.
Porque, de hecho, la evolución tiene que ser la contraria. El enorme aumento de la productividad que se ha ido generando en los últimos años, la sustitución de trabajo humano por maquinaria inteligente, nos tienen que llevar a trabajar menos, no a trabajar más, y a hacerlo a través de la redistribución del trabajo, dado que producir para el mercado implica todavía la manera en la que aportamos unos servicios a la sociedad y en la que esta nos devuelve unos medios para vivir. De hecho, la gran mayoría de las experiencias de reducción de jornada laboral, tanto en Suecia, como en Japón, como en algunas grandes multinacionales, muestra que acortar el tiempo de trabajo hace crecer la productividad, cosa que permite mantener los mismos ingresos para los asalariados.
La reducción del tiempo de trabajo tiene un gran número de ventajas, además de permitirnos organizar de otro modo la vida y disponer de más tiempo libre. Primera ventaja: puede implicar la creación de muchos puestos de trabajo nuevos, cosa que será urgentísima el día que se considere que se ha acabado la pandemia y empiecen los despidos. Pero hay una segunda gran ventaja que raramente se menciona: el trabajo que tenemos que hacer no es solo el que nos pagan, y que es indispensable para disponer de bienes y servicios que ahora consideramos totalmente necesarios. El trabajo humano es doble: producir y reproducir. Y reproducir es un trabajo del que depende la vida, como se ha podido comprobar en esta pandemia: es lo que denominamos trabajo de cuidados. Ese que desde siempre han hecho las mujeres sin que ni siquiera haya merecido ser considerado trabajo, y que sigue siendo invisible. Ya sabéis eso de “mi madre no trabaja, está en casa”. Pues bien, con jornadas de 6 horas seguidas, por ejemplo, una pareja podría combinar los horarios para poder estar con los niños, poder educar, poder disfrutar. O con los padres y madres mayores, que ahora aparcamos sin miramientos. O con la gente a la que quiere, las aficiones que tiene o los libros que quiere leer.
Es muy probable que el debate sobre acortar los tiempos de trabajo empiece pronto entre nosotros; de hecho, se puede decir que ya ha empezado, ya hay algún partido que habla de trabajar 4 días. No me parece la mejor solución: de nuevo, es una propuesta que viene de la mirada masculina, que no prevé otro trabajo que el profesional; de momento, en este debate, participan sobre todo los hombres. El trabajo del futuro tiene que dar mucho más valor a los cuidados, y a los cuidados compartidos entre hombres y mujeres. Si no se hace así, que no nos sorprenda, por ejemplo, que entre nosotros la natalidad sea de las más bajas de Europa o que tanta gente mayor esté sola. Es un debate en el que las mujeres tenemos que tener una fuerte presencia y hablar desde nuestra experiencia, si no queremos que, una vez más, todo se repiense desde un punto de vista exclusivamente androcéntrico.
Marina Subirats es socióloga.