

La Unión Europea nos pedirá pronto que guardemos en casa provisiones de agua, víveres, medicamentos y baterías para aguantar al menos 72 horas. Es imposible no tener un escalofrío al leer la noticia, incluso aquellos que nunca hemos dado por descontados el agua del grifo y el gas de los fogones, y que siempre hemos pensado que aquellas familias llorosas que hemos visto toda la vida desfilar por los Telediarios algún día también podrían ser las nuestras. Al fin y al cabo, hace menos de un siglo que lo fueron, y los horrores que nos contaron les recordamos bien.
Tener un mínimo de reservas en casa es la obligación de cualquier cabeza de casa y cualquier adulto que ya ha entendido que la seguridad absoluta no existe. El problema no es éste, sino que cuando la UE filtra que los civiles deberemos prepararnos materialmente para la guerra (con Rusia) ya nos está preparando psicológicamente. Si los gobiernos han comenzado el rearme de Europa, deben proteger a los civiles. No es que la guerra sea inevitable, pero hacía mucho tiempo que la aguja del marcador estaba al nivel de muy improbable y ahora se ha movido ligeramente hacia probable.
La pregunta es, mientras la gente nos preparamos para cualquier ataque, qué es lo que hace la UE para evitarlo, más allá de ponernos en el camino de la profecía autocumplida. No sabemos si el fantasma que nos ronda tendrá forma de ciberataques que rompan el suministro de los servicios esenciales como forma de guerra. Es muy duro pensar que habremos pasado de la Europa que abolió las fronteras en los acuerdos delHimno a la alegríaa volver a la formación militar o que prestamos a nuestros hijos y nietos para luchar en un conflicto armado que nunca acaba bien. Porque si hablamos de bombardeos, después de lo visto en Ucrania o en Gaza, lo de las reservas en casa no servirá de mucho.