El pulso de Trump y Netanyahu en el mundo

Palestinos intentando conseguir harina de uno de los pocos camiones que Israel ha autorizado a entrar en el norte de la franja de Gaza.
03/08/2025
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Mientras el genocidio en Gaza sobrepasa todos los niveles de obscenidad conocidos, varios países han anunciado su reconocimiento del estado palestino: Francia, Reino Unido, Canadá, Portugal y —quizás— Alemania, perdida en una retórica sobre el sentimiento de culpa por el Holocausto que paradójicamente acaba por ofender la memoria de las v. Han anunciado que en todo caso lo harán, eso sí, en septiembre, aprovechando la celebración de la Asamblea General de la ONU.

Los palestinos no tienen tanto tiempo. Lo desatado en Palestina, y más intensamente en Gaza, es la ignominia de las guerras de exterminio. Soldados israelíes se divierten (se divierten) haciendo puntería contra niños, mujeres, hombres, que se agolpan o arrastran o pelean, según las fuerzas que les queden, en las colas del hambre. Los gritos y los llantos de desesperación de los que mueren, de hambre, se hacen oír en el aire corrompido por la devastación de calles y edificios, por la putrefacción de los cuerpos y la contaminación del agua y del aire. Es el derrumbe de la idea de humanidad con la que habíamos crecido la mayoría de ciudadanos de Occidente. Las comparaciones entre Gaza y Holocausto pueden ser históricamente discutibles, pero desde una perspectiva moral, que es la que nos acredita como humanos capaces de vivir en sociedad, es perfectamente legítima. Lo que no tenía que volver a ocurrir ocurre, y lo hace en directo en las redes sociales y los medios de comunicación.

En términos políticos, el martirio de Gaza es el pulso que un gobierno de extrema derecha mantiene con la comunidad y con el derecho internacional. Los argumentos sobre la necesidad de detener a Hamás y el derecho de Israel a defenderse, que podían tener relativa fuerza después de la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023, son ahora inaceptables y se han convertido en un sarcasmo tóxico. Sin embargo, la capacidad de respuesta de la UE y de los organismos internacionales es limitada y choca por todas partes con su propia impotencia. Básicamente, mientras Israel cuente con el apoyo de EE.UU. seguirá adelante con la catástrofe y la matanza. Es una exhibición de impunidad, el acto de revancha de una extrema derecha y un fanatismo religioso que han empollado el huevo del victimismo hasta que ha nacido un fascismo sediento de sangre.

EEUU está presidido por Donald Trump, un hombre de 79 años (él le decía viejo a Biden cuando aún no tenía tantos) que se complace en tomar decisiones caprichosas y en comunicarlas de forma extravagante. "Puedo disparar un arma en medio de la Quinta Avenida y matar a alguien sin que me pase nada", dijo en una ocasión, durante su primer mandato. También él vive su revancha particular contra todos aquellos que se burlaron, quienes decían que nunca sería presidente porque no estaba capacitado para serlo. Netanyahu y Trump, y sus gobiernos formados por gente tan cínica, ofuscada y peligrosa como ellos mismos, disfrutan juntos el momento dulce de su torcebrazo contra el resto del mundo. Y ganan porque nadie puede o sabe impedir que hagan lo que les rote.

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