Ursula von der Leyen ha sido elegida presidenta de la Comisión Europea con los votos de las fuerzas moderadas del Parlamento Europeo: conservadores, socialistas y liberales. Al parecer, también contó con un considerable apoyo del grupo de los verdes. Por tanto, quedan fuera de este entendimiento los grupos más extremos, tanto a la izquierda como a la derecha del arco parlamentario.
Ahora bien, en las últimas elecciones al Parlamento Europeo la competencia entre las alternativas políticas no sólo era entre las izquierdas y las derechas. También había un eje nacional. Se presentaban partidos europeístas y formaciones contrarias a la integración europea.
En el eje clásico los resultados favorecieron una cierta basculación del Parlamento hacia la derecha. En el eje nacional, los partidos europeístas aguantaron bastante, pero el nuevo Parlamento Europeo tiene más eurodiputados contrarios a la idea de una Europa “cada vez más unida”, como dicen los Tratados de la Unión.
En su discurso una vez proclamada presidenta, la dirigente alemana esbozó unas líneas programáticas ambiciosas y, a la vez, muy amplias. Cubrían retos en defensa, política industrial, soporte al sector primario y políticas del Mediterráneo. Pero también asuntos como el acceso a la vivienda y la igualdad intergeneracional.
La larga lista de objetivos de la Comisión puede responder a la necesidad de tener comisarios de todos los países miembros. Tal vez sea el resultado de contentar a una coalición de partidos que cubre todo el arco parlamentario moderado. Sea como fuere, puede acarrear dos graves errores en la gestión de estos próximos cinco años, que serán cruciales para el destino del continente.
Lo primero es la falta de claridad. Si se persiguen muchos objetivos, es difícil establecer bien las prioridades y comunicar un relato que anime a la ciudadanía y, al mismo tiempo, facilite la evaluación de la gestión. Sería bueno que, una vez definida la nueva Comisión, el programa de gobierno se centrara en unos pocos objetivos visibles, claros y evaluables.
Una segunda carencia, más seria, es que como Von der Leyen basa su fuerza política en una gran coalición de partidos centrales, propone unas políticas tan diversas que no se puede saber exactamente si son conservadoras o progresistas. Corre el riesgo de decepcionar a unos y otros, y al mismo tiempo desdibuja la alternancia política en el eje izquierda-derecha. Esta estrategia pone en bandeja a los partidos extremistas la crítica fácil, cuando los resultados de las políticas no las acompañen o existan dificultades.
Si lo que une fundamentalmente a los partidos que apoyan a Von der Leyen es la necesidad de una Unión Europea más fuerte, éste debería ser su foco: demostrar que lo que necesitan los ciudadanos europeos es más Europa, en vez de lo que predican los extremistas, que son patriotas, pero sólo de sus naciones. Uno de estos grupos parlamentarios lo proclama explícitamente: se llama Europa de las naciones soberanas.
Por tanto, no tiene ningún sentido que la nueva Comisión tenga como objetivos la vivienda asequible o la igualdad intergeneracional. La Comisión debe centrarse en los grandes retos de Europa que son de ámbito europeo, bien porque ya están en la actualidad de competencia comunitaria, o porque, aunque no lo sean, hay beneficios evidentes de abordarlos a escala de los 27.
Los esfuerzos, por tanto, deberían centrarse en defensa, inmigración y energía, tres áreas en las que todavía no hay competencias comunitarias, pero en las que es imprescindible el acuerdo político , ya que son casos de libro en los que la provisión de bienes públicos debe realizarse a escala continental.
Otro reto que tiene Europa es el de la productividad. Crece muy lentamente. Es insuficiente para competir con Estados Unidos y China y es crucial para mantener el estado del bienestar. De todas formas, las políticas que impulsan la productividad son eminentemente nacionales y, cumpliendo el principio de subsidiariedad, deben seguir siéndolo. Sin embargo, hay tres políticas que ya son comunitarias y que impactan directamente en la productividad. Son la del mercado interior, el arancelario y la de defensa de la competencia (incluyendo las ayudas estatales). Profundizar en estas políticas clásicas y sacarle más partido debe ser prioritario para la nueva Comisión.
Europa comienza un ciclo político. Confiamos en que el nuevo colegio de comisarios acierte escogiendo una estrategia que esté enfocada en su misión: construir una Unión Europea más unida y, por tanto, más fuerte.