Quinientos para hundir el Banco de Inglaterra

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Oficina de trabajo en Cornellà.

Leemos en el ARA que uno de los grandes temas que tendría que gestionar un potencial cambio de gobierno sería la renovación de unos quinientos altos cargos. Un tema que se comenta con absoluta normalidad. Y es que este vicio, esta enorme aberración con la que tenemos que convivir, ya se ha asumido como cotidiano. Catalunya forma parte de los países con las estructuras de mandos públicas más politizadas que existen. Una vergüenza tercermundista. Así lo denuncia el portal que se ha puesto recientemente en marcha y al cual me he adherido sin dudar. Y les invito a hacerlo también a ustedes.

España, con Catalunya apoyándole –como siempre en estos casos–, está alineada en lo alto de la OCDE (junto con Turquía y Chile) en cuanto a la politización de los cargos directivos públicos. Más de un 95% son nombrados por el partido que gobierna (en Francia solo el 14%, en Italia el 39%, a guisa de ejemplo). Este hecho favorece todo un cúmulo de perjuicios que se enumeran en el portal de referencia. No solo estamos ante la incompetencia generalizada dentro de la administración pública. También de los favoritismos y de la potencial corrupción que todos ustedes pueden imaginarse.

Este hecho, como es lógico, tiene que provocar desaliento y desmotivación general entre la clase funcionarial, que ve su trayectoria profesional sentenciada. Constituye, dentro del mundo de estos profesionales, una auténtica estafa que creo que tendrían que denunciar con más fuerza. Es como si a un buen empleado de cualquier empresa le dijeran que ya puede trabajar las horas que sea, que no importa el esfuerzo que invierta en hacer su trabajo bien, etc., que nunca llegará a ningún cargo de responsabilidad directiva. Los resultados en la administración pública son los esperados. Aquellos profesionales del servicio público que permanecen en la administración lo hacen por pura vocación. Pero son pocos. La gente con una especial expectativa huye. Y, cosa que es más grave, los más ambiciosos ya no se presentan a oposiciones. Y perdemos todos. Se da continuidad, con alternancia, a la medianía, a la mediocridad de la partidocracia.

Hace años formé parte, en la empresa donde trabajaba, del equipo que preparaba una propuesta de concurso público para la administración británica. Un contrato enorme de tecnología. En una ronda de preguntas y respuestas tuvimos la oportunidad de reunirnos con el responsable de administración pública –venía a ser, aproximadamente, la persona real que en la serie Sí, ministro encarnaba Sir Humphrey–. La reunión nos produjo un gran efecto. Todos nos enteramos que, en el Reino Unido, el ministro no puede nombrar altos cargos. Todos son de carrera. Y si el ministro tiene algún asesor, lo es a nivel particular, y lo paga el partido. No forma parte, en ningún caso, de la maquinaria pública. Incluso las leyes las elaboran funcionarios –bajo las directrices del consejo de ministros–, que negocian el contenido con la oposición. La idea es que las leyes, a pesar de seguir las directrices del partido ganador, resistan a largo plazo y no sean reemplazadas cuando el partido de gobierno pierda. La profesionalización es máxima.

En el Diccionari etimològic i complementari de la llengua catalana del señor Coromines –que, además de obra de consulta, contiene una narrativa apasionante– podemos comprobar que nepotisme proviene del latín nepos, que significa sobrino. ¿Qué duda hay de que nuestra administración pública tiene muchos tíos de partido?

Las negociaciones entre ERC y Junts han durado semanas. Uno de los temas de discusión tiene que haber sido –no puede ser de otra manera– el reparto de departamentos. No solo de los titulares, los consellers, sino de todo lo que depende de ellos. No creo que se les haya pasado ni por la antesala del cerebro discutir cómo regenerar –si es que alguna vez ha sido generada– nuestra administración pública. Una ofensa al contribuyente. El tema arrastra los vicios ancestrales de la cultura hispana, refractaria a cualquier modernidad.

Resulta, pues, que no basta con tener que votar a unos diputados que constituyen un insulto a la inteligencia media del contribuyente. Nuestras desgracias no acaban aquí. Por lo que leemos, estos individuos, a los cuales nos hemos visto obligados a malelegir, designarán unos quinientos otros mortales de su mismo círculo para administrar la cosa pública. Y como, en general, nadie nombra a alguien que sea mejor que él, el conjunto resultante será desesperadamente insolvente. Todo ello me trae a la memoria al periodista Julio Camba cuando se refería a determinados cargos públicos españoles. Era la época en que la libra esterlina marcaba el patrón internacional. “Estos individuos son capaces de hundir el Banco de Inglaterra”.

Xavier Roig es ingeniero y escritor

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