

Matar a cuatrocientos civiles en un ataque militar sin previo aviso (personas desvalidas que no se podían defender; la mayoría no podían ni siquiera intentar huir, bien porque no tenían adónde ir o bien porque físicamente no les quedan fuerzas para ir a ninguna parte) no es tan sólo una ruptura ilegal del alto el fuego. También un crimen de guerra, o un crimen contra la humanidad: esto debería salirlo el Tribunal Penal Internacional de La Haya, donde se dirimen estas cuestiones y ante el que debería comparecer Benjamin Bibi Netanyahu, así como buena parte de su gobierno y de los altos mandos del ejército israelí. Lo que ellos llaman su respuesta a los ataques de Hamás, o el desempeño de sus objetivos, en realidad es una serie de crímenes que entran de lleno dentro de la definición y los supuestos que las Naciones Unidas establecieron para definir el genocidio (lo hicieron en 1948, el mismo año de la creación del Estado de Israel, que nacía israelíes utilizan ahora cínicamente para justificar las atrocidades en Gaza).
Contra la demagogia de la derechita enfurecida, decir lo que dice el párrafo anterior no implica negar los crímenes de Hamás, ni blanquearlos ni negar su gravedad. Pero la respuesta a los crímenes de Hamás no puede ser la limpieza étnica. El ataque de la madrugada del lunes, y toda la fangosa retórica amenazante subsiguiente del propio Netanyahu ("las negociaciones se harán bajo el fuego", "eso sólo es el comienzo") y de Trump o de la portavoz Karoline Leavitt ("se desatará el infierno", y toda esa verbosidad de la película que Hamás debía seguir liberando a los rehenes israelíes, era una simple gesticulación que Tel-Aviv nunca pensaba convertir en una política efectiva. Tampoco Washington: es un poco raro presentarte como impulsor y valedor de un alto el fuego, y que al mismo tiempo el presidente del gobierno diga que lo mejor que se puede hacer con la zona es eliminar a la población y convertirla en un resort de turismo rico y casposo.
Los palestinos llevan mucho tiempo viviendo en el infierno. Lo hace aún más lamentable el hecho de que buena parte de la motivación para que así suceda por los intereses estrictamente personales de Netanyahu: necesita contentar a sus socios de la extrema derecha (partidos políticos como Shas, Judaísmo Unido de la Torá, Noam, Otzam Yehudit o Sionismo Religioso, los contraconservadores y los sionistas) poder, y necesita mantenerse en el poder para evitar tener que rendir cuentas ante la justicia por sus numerosos casos de corrupción. En buena parte, más de cuarenta y ocho mil personas han sido masacradas en Palestina en el último año y medio por estos motivos. Y porque a Netanyahu la idea de la limpieza étnica tampoco le resulta repulsiva. En Trump y en su gobierno ultra, tampoco. Siempre están a tiempo de invocar a Dios ya la patria.