Reconocer el estado palestino

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Las sombras de militantes houtis, en Sana'a, en Yemen, el 22 de enero.

Prioridades. La UE se aferra a la solución de los dos estados como la única posible para detener la guerra en Palestina. Y Estados Unidos, que hace un año lo consideraba ya una idea “lejana”, ahora vuelve a decir que es “el único camino viable” para la paz. A estos posicionamientos, el diario Financial Times sumaba, hace unos días, los estados árabes, que también estarían trabajando en una iniciativa para conseguir un alto el fuego y la liberación de rehenes en Gaza como parte de un plan más amplio que debería incluir pasos "irreversibles" hacia la creación de un estado palestino. A cambio, según el rotativo, Arabia Saudí estaría dispuesta a formalizar lazos con Israel en pocas semanas. Después de todo lo ocurrido desde el 7 de octubre y hasta la fecha, cuesta creer que la agenda de Estados Unidos (y sus aliados saudíes) para la región siga siendo la misma que cuando Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional, se jactaba de que “Oriente Próximo no ha estado tan tranquilo en dos décadas”, solo unas semanas antes del estallido del conflicto.

A la hora de la verdad, las prioridades geopolíticas chocan con la desproporción de la violencia sobre el terreno. Después de veinticinco años de hechos consumados por el silencio internacional, de una implacable ocupación israelí de territorios palestinos, y la existencia de un enorme muro de hormigón que determina la vida cotidiana y los derechos de buena parte de la población palestina, la solución de los dos estados es hoy aún más difícil que cuando se firmaron los acuerdos de paz de Oslo, en 1993.

La discontinuidad geográfica de Gaza y Palestina, la división política entre los dos territorios, alimentada desde el exterior, y la inoperancia de unas instituciones destruidas por la corrupción han debilitado la capacidad negociadora de los palestinos. La radicalización política israelí, el amparo a la colonización y la imposición de la retórica y la agenda de una extrema derecha supremacista han acabado llevando a Israel también a su mayor momento de debilidad de las últimas décadas.

Desafíos. Tres meses y 25.000 fallecidos después de los ataques del 7 de octubre, Gaza es hoy un territorio arrasado. Sometido a las bombas y a una crisis humanitaria, provocada por el bloqueo israelí en la entrada de alimentos, agua y combustible, y con 1 millón 900 mil personas desplazadas. Según fuentes de la inteligencia militar estadounidense, Israel llegó a lanzar 29.000 bombas sobre Gaza durante las seis primeras semanas de la guerra, el mismo número de proyectiles arrojados por Estados Unidos sobre Irak –un país mil veces mayor– durante la ofensiva del año 2003.

Por su parte, Benjamin Netanyahu encara el desafío de la calle y las fisuras cada vez más evidentes entre la cúpula política y militar. El primer ministro israelí sigue enrocado contra cualquier reconocimiento de soberanía palestina; dispuesto a llevar la guerra, incluso, más allá del frente de Gaza: de Cisjordania a los asesinatos selectivos en Líbano y Siria.

Nadie quiere una guerra regional, pero el número de actores implicados es tan alto, son tan diversos, y están tan armados, que el riesgo de escalada va creciendo poco a poco sobre un mapa lleno de heridas internas y conflictos abiertos. Los ataques de la milicia huti de Yemen contra el tráfico marítimo en el mar Rojo y la represalia militar de Washington y Londres; o los ataques a Irak, Siria y Pakistán reconocidos por Irán en las últimas semanas son el enésimo recordatorio de la volatilidad de la región. Pero también son una cortina de humo, que aparta la atención internacional del drama continuado que ahoga a Gaza. La seguridad regional sigue pasando por la solución del problema palestino, y no por la normalización de las relaciones con el gobierno que los aniquila.

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